Ding Ning La ciudad de Heze, provincia de Shandong
Durante los últimos días, la iglesia ha dispuesto un cambio en mi trabajo. Cuando recibí esta nueva tarea, pensé: “Tengo que aprovechar esta última oportunidad para convocar a una junta con mis hermanos y hermanas, hablar con ellos claramente acerca de las cosas y dejarlos con una buena impresión”. Por lo tanto, me reuní con varios diáconos y al final de nuestro tiempo juntos, dije: “Me han pedido que me vaya de aquí y que me mueva a un trabajo diferente. Espero que vosotros aceptéis a la nueva lideresa que viene a reemplazarme y que trabajéis juntos con ella con un corazón y una mente”. Tan pronto como me escucharon decir estas palabras, algunas de las hermanas que estaban presentes se pusieron pálidas y las sonrisas desaparecieron de sus rostros. Algunas de ellas apretaron mis manos, algunas de ellas me abrazaron y llorando dijeron: “¡No puedes dejarnos! ¡No puedes hacernos a un lado e ignorar nuestras necesidades!…”. La hermana de la familia anfitriona, en particular, no estaba dispuesta a dejarme ir. Me dijo: “Es tan bueno que estés aquí con nosotros. Eres alguien que puede aguantar las dificultades, y eres buena compartiendo la verdad. No importa cuándo te necesitemos, siempre estás ahí para ayudarnos pacientemente. Si te vas, ¿Qué haremos?…”. Viendo su renuencia al separarse de mí, mi corazón se llenó de gozo y satisfacción. Los consolé con estas palabras: “Dependan de Dios. Cuando pueda, regresaré y os visitaré…”.
Pero después de aquello, cada vez que miraba al pasado, a esa escena de la separación de mis hermanos y hermanas, estaba incómoda en mi corazón. Me preguntaba: “¿Tales expresiones de tristeza fueron sólo un acontecimiento esperado? ¿Por qué actuaron como si mi partida fuera una cosa tan terrible? ¿Por qué la iglesia quería que de todos modos cambiara posiciones?”. Mi corazón fue envuelto en una nube de duda, así que a menudo venía delante de Dios buscando las respuestas. Un día estaba leyendo “Cuestiones de principio que se deben entender para servir a Dios” y me encontré con este pasaje: “Los que sirven a Dios deben poner en alto a Dios en todas las cuestiones y ser los testigos de Dios. Sólo así pueden alcanzar el fruto de guiar a los demás a conocer a Dios. Sólo poniendo en alto a Dios y testificando para Él, pueden llevar a los demás a la presencia de Dios. Éste es uno de los principios del servicio a Dios. El máximo fruto de la obra de Dios es precisamente la obra de llevar a las personas a conocer la obra de Dios y de ese modo entrar en Su presencia. Si los que están en posiciones de liderazgo no están poniendo en alto a Dios y no están dando testimonio de Dios, sino que constantemente se están exhibiendo […]. entonces ellos realmente se están erigiendo en oposición a Dios […]. De hecho están compitiendo con Dios por las almas de las personas […]. Por lo tanto, si el servicio de las personas no está poniendo en alto a Dios y dando testimonio de Dios, entonces ciertamente están presumiendo. Aunque llevan la bandera del servicio a Dios, realmente están trabajando para su propio estatus; realmente están trabajando para la satisfacción de la carne. De ninguna manera están poniendo en alto a Dios ni están dando testimonio de Dios en su trabajo. Si cualquiera traiciona este principio de servicio a Dios, simplemente prueba que resiste a Dios” (‘Cuestiones de principio que se deben entender para servir a Dios’ en “Anales de la comunión y los arreglos de la obra de la iglesia I”). Cuanto más leía, más se atribulaba mi corazón. Cuanto más leía, más temerosa me volvía. Mi sentido de autorreproche se multiplicó muchas veces. Por la actitud que mis hermanos y hermanas habían mostrado hacia mí, podía ver que mi obra realmente no había sido la de guiar a mis hermanos y hermanas a la presencia de Dios, sino más bien guiarlos a mi propia presencia. Ahora no podía evitar volver a examinar muchas escenas durante el tiempo que pasé con mis hermanos y hermanas. Muchas veces le había dicho a la hermana de la familia anfitriona: “Ve que afortunados sois todos vosotros. Toda tu familia es creyente. Cuando estoy en casa, mi esposo me maltrata todo el día. Si no me está pegando, me está maldiciendo. He cumplido mi deber hasta más no poder, y ve cuánta amargura he soportado por creer en Dios”. Cuando mis hermanos y hermanas enfrentaban dificultades, no les comuniqué la voluntad de Dios; no actué como un testigo de la obra de Dios y del amor de Dios. En cambio, constantemente puse primero la carne y traté de hacer pensar a las personas que yo era tan amable y considerada. Cada vez que veía a un hermano o hermana hacer algo que fuera contra los principios, tenía miedo de ofender, así que no ayudaría ni daría dirección, tratando siempre de proteger las relaciones entre las personas. En todo lo que hice, lo que más me preocupaba era mi posición y mi imagen en los corazones de las personas… Todo lo que hecho siempre fue ganar la simpatía y admiración de los demás; esto se convirtió en mi mayor satisfacción. Esto verdaderamente revela que yo misma me estaba poniendo en alto, sirviendo como un testigo para mí misma. Todo lo que hice en realidad estuvo en oposición a Dios. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “Estoy obrando entre vosotros ahora pero seguís siendo así. Si un día no hay nadie ahí para cuidaros y protegeros, ¿no os volverías todos vosotros reyes de la colina?[a] Para entonces, ¿quién limpiará el desorden después de vosotros cuando ocasionéis una enorme catástrofe?” (‘Un problema muy serio: la traición (1)’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios otra vez me llevaron a una conciencia de cómo mi servicio a Dios realmente estaba dando testimonio de mí misma y estaba exaltándome y me ayudaron a ver las serias consecuencias de este comportamiento. Las palabras de Dios me ayudaron a ver que mi naturaleza, como la del arcángel, me conduciría a ser un bandido tiránico, y que ocasionaría una gran catástrofe. Pensé en cómo mi servicio a Dios no se cumplió de acuerdo con los principios correctos del servicio; no estaba poniendo en alto a Dios y no estaba dando testimonio de Dios, y no estaba haciendo mi deber. En cambio, mis días los pasé presumiendo, dando testimonio de mí misma, atrayendo a mis hermanos y hermanas a mi presencia. ¿No es esta clase de servicio despreciable? ¿No es esto simplemente el “servicio” del anticristo? Si no fuera por la tolerancia y la misericordia de Dios, ya sería una maldita de Dios y ya hubiera sido fulminada.
En ese momento, temblé con temor y vergüenza; un sentimiento de la enorme deuda que debo inundó mi corazón y me postré en el suelo, llorando amargamente e implorando a Dios: “¡Oh, Dios! Si no fuera por Tu revelación y alumbramiento, no sé en qué profundidades caería. Verdaderamente te debo más de lo que puedo pagar. ¡Gracias por la salvación que Tú me ofreces! Gracias por ayudarme a ver al horrible y despreciable yo en las profundidades de mi alma. Gracias por mostrarme que mi servicio a Ti era en verdad resistencia a Ti. Si fuera juzgada por mis acciones, no merezco nada sino Tu maldición, pero no me has tratado de acuerdo a mis faltas, en cambio, has abierto mis ojos, me has guiado, y me has dado una oportunidad de arrepentirme y comenzar de nuevo. Oh, Dios, estoy dispuesta a tomar esta experiencia como una lección para llevar conmigo para toda mi vida. Que Tu castigo y juicio siempre me acompañen, que me ayuden a desechar pronto el carácter viejo yo de Satanás y ayúdame a volverme una sierva de Dios verdaderamente reverente para que pueda comenzar a retribuir la gran deuda que te debo”.
Fuente:Iglesia de Dios Todopoderoso
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