Como cristianos, todos sabemos que deberíamos vivir una humanidad normal. Cuando interactuamos con hermanos y hermanas, deberíamos amarnos unos a otros, comprendernos, resistirnos y perdonarnos los unos a los otros, y ayudarnos. Este es el requisito del Señor para cada cristiano y también lo que deberíamos practicar. ¡Agradecer al Señor por Su guía! Respecto a este tema, hablaré sobre mi entendimiento. En mi opinión, existen cuatro aspectos básicos que deberíamos compartir para vivir una humanidad normal. El primer aspecto es que los hermanos y hermanas deberían amarse los unos a los otros. Segundo, deberíamos tratar con los demás con sabiduría. Tercero, deberíamos ver correctamente los méritos y defectos de otros, ni sobrestimándolos ni subestimándolos. Cuarto, también deberíamos poseer conciencia, razón, e integridad al interactuar con los demás. Si podemos practicar y compartir estos cuatro aspectos, entonces cumpliremos las condiciones básicas para vivir una humanidad normal que los cristianos deberían poseer. Ahora, hablemos de los cuatro aspectos al detalle.
Primero, los hermanos y hermanas deberían amarse los unos a los otros. El Señor Jesús dijo, “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Juan 13:34). Este es el requisito del Señor Jesús para cada creyente en Él. Ya que todos podemos ser débiles y tener defectos, es necesario para los hermanos y hermanas ayudarse y apoyarse los unos a los otros. Si tomamos al Señor Jesucristo como nuestro modelo ideal e interactuamos con los demás establecidos sobre la base de amarnos unos a otros, entonces podemos vivir en armonía con las personas. Por ejemplo, en una ocasión, la hermana Li y yo fuimos a apoyar juntos a un hermano débil. Escuché a la hermana Li decir, “El hermano conoce bien la Biblia y menosprecia a las personas normales. Cada vez que lo visitabamos, él siempre hablaba demasiado, y nunca podíamos lograr entrar en la conversación”. Escuchando esto, pensé que el hermano era demasiado arrogante, aunque le despreciaba en secreto. Viviendo en un estado erróneo, fui incapaz de tratarlo con un corazón amoroso, y pensaba dentro de mí, “Para una persona tan arrogante, ¿en verdad mi visita logrará resultados?”. Perdí mi confianza por un momento. En el desamparo, sólo puedo orar y buscar al Señor. Luego reflexionaba y me daba cuenta que también era arrogante. Cuando era negativo y débil, Dios no sólo ignoraba mi corrupción y desobediencia, sino que también hizo que saliera de la pasividad y debilidad mediante los hermanos y hermanas ayudándome con un corazón amoroso. Pensaba del amor del Señor por mí. También pensaba: El Señor fue crucificado por salvarnos. Su amor por nosotros es demasiado grande. Pero, ¿por qué yo no puedo seguir al de Cristo para ser tolerante y paciente hacia mis hermanos y hermanas, y ayudarlos con un corazón amoroso? Cuando transformé mi condición y encaré al hermano con amor por el alma humana, el hecho no fue lo que había imaginado. El hermano no era tan arrogante, y no se mantuvo hablando de sí mismo. En vez de eso, habló corazón a corazón con nosotros. Después que comunicamos y compartimos la palabra de Dios el uno con el otro, la situación negativa del hermano mejoró. ¡Gracias Dios por Su guía! ¡Toda la gloria sea para nuestro Señor! A partir de esto, podemos ver que sólo con la guía de Dios en nuestro corazón podemos vivir por Su palabra y tener un corazón amoroso para los hermanos y hermanas. Como el Señor dijo, “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:35).
Segundo, deberíamos tratar con los demás con sabiduría. Todos somos corrompidos por Satanás con el resultado que existen muchas disposiciones corruptas en cada uno de nosotros. Además, no amamos innatamente la verdad. Por tanto, es inevitable tener dificultades al tratar con los demás. No sólo deberíamos poseer un corazón amoroso por los demás, sino que es indispensable tener sabiduría. La Biblia dice, “El sabio de corazón será llamado prudente, y la dulzura de palabras[a] aumenta la persuasión[b].El entendimiento es fuente de vida para el que lo posee…” (Proverbios 16:21-22). De estas palabras, podemos ver que la sabiduría es positiva, y que si tenemos sabiduría podemos completar cosas fácilmente y volvernos entendidos. Además, nosotros los cristianos estamos basados en principios para usar la sabiduría. Nuestro uso de la sabiduría para completar cosas positivas, para beneficiar el trabajo de la iglesia, y no hacernos daño a nosotros mismos, a los demás o a la iglesia. Sin sabiduría, no podemos resolver problemas fácilmente. Por ejemplo, si decimos directamente algunas palabras a hermanos y hermanas, éstas pueden dañarlos. En este caso, podemos hacerlo de forma sabia en la cual podamos resolver problemas y evitar que dañen a otros. Además, bajo algunas circunstancias especiales, necesitamos confiar en la sabiduría de Dios para hablar y actuar. Siempre y cuando hagamos todo sobre la base del amor de Dios, lograremos buenos resultados. Porque la sabiduría viene de Dios. Tal como dice en la Biblia, “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Salmos 111:10).*
Tercero, deberíamos ver correctamente los méritos y defectos de otros, ni sobrestimándolos ni subestimándolos. La Escritura dice, “Esto, hermanos, lo he aplicado en sentido figurado a mí mismo y a Apolos por amor a vosotros, para que en nosotros aprendáis a no sobrepasar lo que está escrito, para que ninguno de vosotros se vuelva arrogante[a] a favor del uno contra el otro” (1 Corintios 4:6). Al haber sido corrompidos por Satanás, todos somos arrogantes por lo que no podemos ver correctamente los méritos y defectos de los demás. Bien sea sobreestimamos o subestimamos a los demás. Por ejemplo, si tenemos alguna habilidad especial, amaremos revelarla nosotros mismos; si otros la tienen, los alabaremos y los apoyaremos, incapaces de dar gloria a Dios. Si tenemos defectos, nos sentiremos inferiores; si los demás los tienen, les restaremos importancia y los subestimaremos, incapaces de tratarnos nosotros mismos y a los demás correctamente. Especialmente al ver los defectos de los demás, nos gusta juzgar y restarles importancia dada nuestra disposición arrogante. Si podemos reconocer nuestra propia corrupción y defectos, y podemos seguir la verdad para cambiar nuestra corrupción y quitarnos nuestros defectos, entonces seremos capaces de tratar a los demás correctamente. Cuando las opiniones y visiones de los hermanos y hermanas no concuerdan con las nuestras, deberíamos sentir humildad, respetar sus opiniones, y buscar la unidad con cada uno de nosotros para entender más verdad, en vez de retenernos. Ya que somos diferentes en calibre dado por Dios y en el momento que hemos creído en Dios, no deberíamos demandar a los demás de acuerdo a nuestras propias normas. Bien sea que los hermanos y hermanas sean astutos o estúpidos, ya sea que tengan buen calibre o malo, y ya sea que sean ricos o pobres, no deberíamos ni perjudicarlos, ni imponer nuestras propias preferencias sobre ellos, ni armar un lío por ellos, ni admirarlos ni menospreciarlos; en vez de eso, deberíamos ayudarlos y resistirlos con un corazón amoroso y tratarlos en forma de justa.
Cuarto, también deberíamos poseer conciencia, razón, e integridad al interactuar con los demás. Si alguien es amable con nosotros, deberíamos retribuírle. Si alguien tiene un corazón amoroso para nosotros, deberíamos tratarlo con un corazón amoroso a cambio. Cuando entra en razón, deberíamos aprender cómo respetar a los demás. Incluso si alguien tiene defectos, no debemos reírnos de él o menospreciarlo. Cuando se trata de integridad, no deberíamos ser egoístas y viles que se aprovechan de los demás. Además, no debemos decir palabras sucias y groseras. Y debemos vivir de la decencia de los santos. En pocas palabras, deberíamos ser una creación calificada con la semejanza de una persona honesta. Deberíamos ser confiables en palabras y acciones y dar lo mejor de nosotros para cumplir nuestras promesas a los demás. No deberíamos ser de una forma en frente de las personas y de otra a sus espaldas. Porque Dios gusta de las personas honestas y sólo las personas honestas pueden entrar en el reino de los cielos. Justo como el Señor Jesús dijo, “y dijo: En verdad os digo que si no os convertís[a] y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).
Los cuatro aspectos anteriores son lo que los cristianos deberíamos practicar y promover. Si podemos hacerlo, seremos capaces de experimentar una humanidad normal, tener relaciones humanas normales, y tener alguna semejanza humana, y sólo entonces podemos dar gloria a Dios y beneficiar a los otros.
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