Soy granjero y, puesto que mi familia es pobre, siempre tuve que viajar mucho para encontrar trabajos temporarios para ganar dinero. Pensé que podía tener una buena vida haciendo tareas físicas. Sin embargo, en realidad, me di cuenta de que los derechos legales para trabajadores inmigrantes como yo no estaban garantizados. A menudo, me retenían el salario sin motivo alguno. Me engañaban y se aprovechaban de mí una y otra vez. Luego de un año de trabajo duro, no recibí lo que se suponía que debía recibir. ¡Sentía que este mundo era verdaderamente oscuro! Los seres humanos se tratan igual que animales, donde el más débil es presa del más fuerte, compiten unos contra otros, luchan mano a mano y simplemente yo no tenía ningún apoyo como para seguir viviendo de ese modo. En el momento de mayor dolor y de depresión de mi espíritu, y cuando ya había perdido la fe en la vida, un amigo mío me habló sobre la salvación de Dios Todopoderoso. Desde entonces, me reunía, oraba y cantaba regularmente con hermanos y hermanas. Comunicábamos la verdad y nos beneficiábamos de las fortalezas de los demás para contrarrestar nuestras debilidades. Me sentía muy feliz y liberado. En la Iglesia de Dios Todopoderoso, vi que los hermanos y las hermanas no intentaban ser más listos unos que los otros ni hacer distinciones sociales. Todos eran verdaderamente abiertos y se llevaban bien entre sí. Estaban allí para buscar diligentemente la verdad con el objeto de deshacerse de sus caracteres corruptos, de vivir como seres humanos y de obtener la salvación. Esto me permitió experimentar la felicidad en la vida y comprender su importancia y su valor. Por lo tanto, decidí que debía difundir el evangelio y permitir que otras personas que vivían en oscuridad se acercaran a Dios para recibir Su salvación y volver a ver la luz. Por consiguiente, me uní a las filas de proclamación del evangelio y de dar testimonio de Dios. Pero inesperadamente fui arrestado por el gobierno del Partido Comunista por predicar el evangelio y sufrí la extrema brutalidad de la tortura, el tratamiento cruel y el encarcelamiento.
Fue durante una tarde del invierno de 2008, mientras dos hermanas y yo estábamos dando testimonio de la obra de Dios de los últimos días a un grupo de creyentes potenciales, cuando fuimos delatados por personas malvadas. Seis oficiales de policía usaron la excusa de que necesitaban controlar nuestros permisos de residencia para entrar a la casa de la persona a la que íbamos a predicar el evangelio. Al llegar a la puerta, gritaron: "¡No se muevan!". Dos de los policías malvados parecían estar totalmente fuera de sí mientras se abalanzaban sobre mí. Uno me tomó de la ropa a la altura del pecho y el otro tomó mis brazos y empleó toda su fuerza para apretarlos contra mi espalda, luego preguntó brutalmente: “¿Qué estás haciendo? ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas?”. Respondí preguntando: “¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué me estáis arrestando?”. Cuando oyeron mis preguntas, se enojaron mucho y dijeron agresivamente: “¡No importa el motivo, tú eres a quien buscamos y vendrás con nosotros!”. Luego, la policía maligna nos llevó a mí y a las dos hermanas, nos empujó dentro del vehículo policial y nos llevó a la comisaría local.
Cuando llegamos a la comisaría, la policía maligna me encerró en un cuarto pequeño, me ordenó que me pusiera de cuclillas en el piso y designó a cuatro personas para que me vigilaran. Como había estado en esa posición durante mucho tiempo, estaba tan cansado que ya no lo podía resistir. Al intentar ponerme de pie, se acercó la policía maligna e hicieron presión sobre mi cabeza para evitar que me parara. Fue recién en la noche que vinieron a inspeccionarme y me permitieron ponerme de pie. Al no encontrar nada, se fueron. No mucho después, oí unos gritos que congelaban la sangre de alguien que estaba siendo torturado en el cuarto de al lado y, en ese momento, sentí mucho temor: ¡no sé qué tortura y qué tratamiento cruel usarían conmigo después! Comencé urgentemente a orar a Dios en mi corazón: “Oh, Dios Todopoderoso, ahora siento mucho temor, te pido que me des fe y poder, que me des firmeza y valentía para poder dar testimonio de Ti. Si no puedo soportar su tortura y su tratamiento cruel, si tengo que suicidarme mordiéndome la lengua, ¡nunca te traicionaré como Judas!”. Después de orar, pensé en las palabras de Dios: “No temáis; el Dios Todopoderoso de todas las huestes estará contigo. Él será vuestro sostén y vuestro escudo” (‘La vigésima sexta declaración’ en “La Palabra manifestada en carne”). Sí, Dios Todopoderoso es mi sostén y Él está conmigo, ¿qué otra cosa debo temer? Tengo que confiar en Dios para luchar contra Satanás. Las palabras de Dios eliminaron la turbación de mi corazón, y este se liberó.
Esa noche, cuatro policías diabólicos vinieron a verme y uno me señaló y gritó: “¡Atrapamos un pez gordo! Vosotros, los que creéis en Dios Todopoderoso estáis perturbando el orden de la sociedad, y estáis destruyendo las leyes de la nación…”. Gritaba mientras me empujaba a la sala de torturas ubicada en el segundo piso, ordenándome que me pusiera en cuclillas. La sala de torturas contenía toda clase de instrumentos de tortura como sogas, palos de madera, garrotes, látigos, pistolas, etc. Estaban en total desorden. Un policía maligno con cejas tupidas y ojos brillantes, me tomó del cabello con una mano, y con una picana eléctrica, que chasqueaba y zumbaba, en la otra, me exigía información amenazándome: “¿Cuánta gente hay en vuestra iglesia? ¿Cuál es vuestro lugar de encuentro? ¿Quién está a cargo? ¿Cuántas personas están en la zona predicando el evangelio? ¡Habla! ¡Si no, ya verás lo que te ocurrirá!”. Observé el peligro inminente de la picana eléctrica y volví a mirar la sala repleta de instrumentos de tortura. No pude evitar sentir temor ni estar nervioso. No sabía si podría superar esta tortura. Justo en ese momento crítico, pensé en las palabras de Dios Todopoderoso que dicen: “Tú también debes tomar de la copa amarga que Yo he bebido (esto es lo que Él le dijo después de la resurrección), tú también debes caminar el camino que Yo he caminado […]” (‘Cómo Pedro llegó a conocer a Jesús’ en “La Palabra manifestada en carne). Reconocí que esto era algo que Dios nos había encomendado y que era el camino de vida que Dios personalmente había establecido para nosotros. Al andar por el camino de la creencia en Dios y la búsqueda de la verdad, uno ciertamente debe atravesar sufrimiento y frustración. Esto es inevitable, y finalmente, estas dificultades traen bendiciones de Dios. Solamente a través del sufrimiento, las personas pueden recibir el camino de la verdad otorgado por Dios, y esta verdad es la vida eterna, que es dada por Él. Debo caminar por las huellas de Dios y enfrentar esto con valentía. No debo ser cobarde ni temeroso. Al pensar en esto, de inmediato mi corazón sintió poder y dije en voz bien alta: “Sólo creo en Dios Todopoderoso, ¡no sé nada más!”. Cuando el policía maligno oyó esto, se enfureció y violentamente me aplicó la picana eléctrica en el lado izquierdo de mi pecho. Me dio un choque durante casi un minuto. De inmediato sentí como si mi sangre hubiera hervido. Sentí un dolor insoportable de los pies a la cabeza y rodé por el piso gritando sin cesar. Pero él aún no había acabado conmigo y de repente empezó a arrastrarme y usó un garrote para levantarme de la barbilla, gritando: “¡Habla! ¿No vas a confesar nada?”. Gritaba y me aplicaba la picana en el costado derecho de mi pecho. Me sentía tan electrocutado que temblaba de pies a cabeza. Luego sentí tanto dolor que me desmayé en el piso sin moverme. No supe cuánto tiempo había transcurrido, pero desperté y la policía maligna me dijo: “¿Te estás haciendo pasar por muerto? ¡Estás fingiendo! ¡Sigue fingiendo!”. Me golpearon con un palo en el rostro y me patearon en el muslo. Luego, me arrastraron y me preguntaron brutalmente: “¿Vas a hablar?”. Seguía sin responder. Entonces la policía maligna me golpeó salvajemente el rostro con sus puños y me sacaron un diente y otro se aflojó. De inmediato, mi labio comenzó a sangrar. Al enfrentar el loco tormento de estos demonios, sólo temía traicionar a Dios por no poder soportar su tormento. En ese momento, volví a pensar en las palabras de Dios: “Aquellos en el poder pueden parecer despiadados desde afuera, pero no tengáis miedo, ya que esto es porque tenéis poca fe. Siempre y cuando vuestra fe crezca, nada será demasiado difícil” (‘La septuagésimo quinto declaración’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me dieron fe y poder nuevamente, y reconocí que aunque la policía maligna que estaba frente a mí estuviera enloquecida y desenfrenada, estaba manejada por la mano de Dios. En ese momento, Dios los estaba usando para poner a prueba mi fe. Siempre que me apoyara en la fe y confiara en Dios y no sucumbiera ante ellos, caerían inevitablemente en la humillación. Al pensar en esto, reuní toda la fuerza de mi cuerpo y respondí en voz alta: “¿Por qué me habéis traído aquí? ¿Por qué me estáis electrocutando con una picana eléctrica? ¿Qué delito he cometido?” El policía maligno súbitamente se transformó en un venado asustado y parecía estar agobiado por una consciencia culposa. Comenzó a tartamudear: “Yo… yo… ¿No tendría que haberos traído aquí?”. Luego se fue con el rabo entre las piernas. Al ver la vergonzosa situación del dilema de Satanás, me conmoví hasta las lágrimas. En esta situación difícil, realmente experimenté el poder y la autoridad de las palabras de Dios Todopoderoso. Siempre que se pone en práctica y se sigue la palabra de Dios, Él nos cuida y nos protege y Su poder nos acompaña. Al mismo tiempo, me sentí en deuda con Dios por la poca fe que había tenido. Luego, un oficial de policía de gran estatura entró, caminó hacia mí y me dijo: “Tú sólo tienes que decirnos dónde vive tu familia y cuántos miembros tiene, y te liberaremos de inmediato”. Cuando se percató de que no iba a decir nada, se enfureció, me tomó la mano y me forzó a poner la huella de mi mano en una confesión verbal que habían escrito. Pude ver que esa confesión verbal no era la que yo les había dicho, sino que era una total falsificación y una falsa evidencia. Sentí una indignación justa y la tomé y la rompí en pedazos. El policía maligno explotó de ira y me pegó con su puño en el lado izquierdo de mi rostro. Luego me dio dos cachetadas tan fuertes que me mareé. Posteriormente, me llevaron al cuarto pequeño en el que había estado antes.
Cuando regresé al cuarto pequeño, estaba magullado y golpeado y el dolor que sentía era insoportable. Mi corazón no podía evitar sentir tristeza y debilidad: ¿por qué los creyentes tenían que sufrir de este modo? Predicaba el evangelio con buenas intenciones para permitir que las personas busquen la verdad y sean salvadas, e inesperadamente sufría esta persecución. Al pensar en esto, sentí aún más que me habían tratado injustamente. En mi dolor, pensé en las palabras de Dios: “Como un ser humano, te debes consumir por Dios y soportar todo el sufrimiento. Porque el pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job, como Pedro […] Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es eso la vida más significativa?” (‘Práctica (2)’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios Todopoderoso tocaron la fibra sensible de mi corazón. Sí, Dios me había regado y dado Sus generosas palabras de vida, me había permitido gozar libremente de Su abundante gracia y me había dado a conocer los misterios y la verdad que nadie había comprendido desde varias generaciones pasadas. Esta es una bendición especial que me había dado Dios. Debía dar testimonio de Dios y soportar todo el dolor por Él. ¡Toda cantidad de dolor lo vale, porque es lo más valioso y lo más significativo! Actualmente, me persiguen por predicar el evangelio y no deseo sufrir ningún dolor físico por ello. Me siento tratado injustamente y no quiero que lo hagan. ¿No he afligido a Dios al hacer esto? ¿Acaso carezco de consciencia? ¿Cómo puedo ser digno de las bendiciones misericordiosas de Dios y de Su provisión de vida? Generaciones de santos han dado firmes y resonantes testimonios de Dios porque siguieron Su camino; vivieron la vida con significado. Ahora poseo todas estas palabras de Dios, entonces, ¿no tendría aún más que dar testimonios hermosos de Dios? Al reflexionar sobre esto, mi cuerpo ya no me dolía tanto, porque sabía en lo profundo de mí que había sido la palabra de Dios Todopoderoso la que me había dado el poder de la vida, permitiéndome superar la debilidad de la carne.
Al día siguiente, a la policía maligna no le quedaba ninguna otra estrategia por probar. Me amenazaron diciendo: “¿No dirás nada? ¡Entonces te pondremos en prisión!". Luego, me enviaron a un centro de detención. Allí, la policía maligna siguió usando todo tipo de métodos de tortura conmigo y con frecuencia incitaba a los demás prisioneros a que me pegaran. En el helado frío del invierno, le ordenaban a los prisioneros que vertieran baldes de agua fría sobre mí y me obligaban a tomar duchas heladas. Temblaba de frío de los pies a la cabeza. Aquí, los prisioneros eran máquinas que ganaban dinero para el gobierno y no tenían ningún derecho legal. No tenían otra opción que soportar la opresión y ser tratados como esclavos. Los carceleros me obligaban a imprimir billetes utilizados como ofrendas quemadas para los muertos durante todo el día y me hacían trabajar horas extra durante la noche. Si me detenía a descansar, entonces venía alguien y me golpeaba. Al principio, fijaron una norma por la que tenía que imprimir 2.000 billetes por día, luego la aumentaron a 2.800 y después a 3.000 diarios. Esta cantidad era imposible de completar incluso para alguien experimentado, mucho menos para quien no lo era, como yo. De hecho, intencionalmente lo ordenaron así para que no pudiera llegar a esa cifra y tener entonces una excusa para atormentarme y azotarme. Cuando no podía cumplir con la cantidad requerida, la policía maligna colocaba grilletes que pesaban más de 5 kilos en mis piernas, y ponía esposas que unían mis manos con los pies. Lo único que podía hacer era quedarme sentado allí, agachar la cabeza y doblar la cintura, ya que de otro modo no podía moverme. Es más, esa policía inhumana e insensible no preguntaba ni le interesaba saber nada acerca de mis necesidades básicas. Aunque el baño estaba dentro de la celda, no podía siquiera caminar hasta él y usarlo. Sólo podía rogarles a mis compañeros de celda que me alzaran y me llevaran al baño. En el caso de que fueran prisioneros algo mejores, me alzaban, y si nadie me ayudaba no tenía otra opción que defecar en mis pantalones. El peor momento era la hora de la comida, porque mis manos y mis pies estaban esposados juntos. Sólo podía bajar la cabeza con toda mi fuerza y levantar mis manos y mis pies. Esta era la única forma de poder poner un pan en la boca. Gastaba mucha energía en cada bocado. Las esposas rozaban mis manos y mis pies, provocándome un inmenso dolor. Después de un largo tiempo, se formaron en mis muñecas y mis tobillos callos duros, oscuros y brillosos. Con frecuencia no comía cuando estaba en ese estado y, en raras ocasiones, los prisioneros me daban dos panes pequeños. La mayoría de las veces ellos comían mi porción y todo lo que yo obtenía era un estómago vacío. Incluso recibía menos agua para beber. Originalmente, a todos nos daban sólo dos potes de agua por día, pero yo estaba esposado y no podía moverme, así que muy pocas veces podía beber algo. El tormento inhumano fue atroz. En total, sufrí esto en cuatro ocasiones y, cada vez, me esposaron por un mínimo de tres días y un máximo de ocho. Cada vez que el hambre era difícil de soportar, pensaba en las palabras que Dios había pronunciado en el pasado: “No solo de pan vivira el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Matthew 4:4). Poco a poco comencé a darme cuenta de que Dios quería que el hecho de que “Su palabra se convierta en la vida del hombre” se haga realidad en mi persona a través de las aflicciones de Satanás. Cuando comprendí la voluntad de Dios, mi corazón se liberó y oré tranquilamente a Dios tratando de entender Sus Palabras. Sin darme cuenta, ya no sentí tanto dolor ni tanta hambre. Esto realmente me hizo creer que la palabra de Dios es la verdad, el camino y la vida y que por cierto es el fundamento en el que debía confiar para sobrevivir. Por lo tanto, mi fe en Dios aumentó inconscientemente. Recuerdo que en una oportunidad la policía carcelaria me persiguió intencionalmente y me esposó. Durante tres días y tres noches no bebí una gota de agua. El prisionero que estaba esposado a mi lado, dijo: “Anteriormente hubo un joven que fue esposado y que estaba muerto de hambre como nosotros. He visto que no has comido nada por varios días y sigues teniendo un buen estado de ánimo”. Al oír sus palabras, pensé que aunque no había comido ni bebido nada durante tres días y tres noches, no sentía malestar ni hambre. Sentía profundamente que este era el poder de la vida en las palabras de Dios el que me sostenía y me hacía verlo realmente aparecer frente a mí en Sus palabras. Mi corazón estaba constantemente alterado; en este ámbito de sufrimiento verdaderamente pude experimentar la realidad de la verdad de que “No solo de pan vivira el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Esta es en verdad la riqueza más preciada de la vida que Dios me ha otorgado, y es también mi único don. Es más, nunca lo hubiera obtenido en un entorno donde no tuviera que preocuparme acerca de la comida o la ropa. Ahora, ¡mi sufrimiento tiene tanto más significado y valor! En esta oportunidad, no pude evitar pensar en las palabras de Dios: “Lo que habéis heredado en el presente supera lo heredado por todos los antiguos apóstoles y profetas, y es incluso más grande que lo heredado por Moisés y Pedro. Las bendiciones no pueden ser recibidas en un día o dos; deben ser ganadas por medio de mucho sacrificio. Es decir, debéis poseer un amor refinado, una gran fe, y las muchas verdades que Dios os pide que alcancéis. Además, debéis ser capaces de dirigir vuestro rostro hacia la justicia y nunca dejaros intimidar o ser sometidos, y debéis mantener un amor constante e inquebrantable por Dios. Se os exige resolución, como también un cambio en vuestro carácter de la vida; vuestra corrupción debe ser curada, y debéis aceptar toda la orquestación de Dios sin quejaros, e incluso ser obedientes hasta la muerte. Esto es lo que debéis lograr. Este es el objetivo final de Dios y las exigencias que Dios pide a este grupo de personas” (‘¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?’ en “La Palabra manifestada en carne). Al tratar de comprender las palabras de Dios, reconocí que luego del sufrimiento y las pruebas vienen las bendiciones de Dios, y que estas son la provisión más práctica y el riego de la vida para mí. Ahora bien, aunque las palabras que Dios me ha otorgado han sobrepasado las generaciones de santos, sigo necesitando tener fe y perseverancia para poder ser inquebrantable durante mis pruebas y tribulaciones, para estar sujeto a los designios de Dios y recibir Su salvación. Entonces podré entrar a la realidad de la palabra de Dios y ver Sus maravillosas acciones. Si no fuera por el precio de esta dificultad, no sería digno de recibir las promesas y las bendiciones de Dios. El esclarecimiento de las palabras de Dios me condujo a ser más firme y poderoso por dentro; resolví colaborar diligentemente con Dios y satisfacer Sus requisitos en medio de este entorno doloroso y dar testimonio de Dios para que yo pueda tener la mayor cosecha.
Un mes más tarde, la policía del Partido Comunista Chino me acusó de “ser sospechoso de perturbar el orden de la sociedad y de destruir la implementación de la ley"; fui sentenciado a un año de reforma mediante la realización de trabajos forzados. Cuando entré al campo de trabajo, la policía maligna diseminó rumores y sandeces entre los prisioneros, diciendo que yo era un creyente en Dios Todopoderoso, que es mucho peor que ser asesino o ladrón, e incitaron a los prisioneros a perseguirme. Por lo tanto, frecuentemente recibía golpizas y me hacían pasar momentos difíciles sin motivo alguno. Esto me hizo ver la realidad de que China es un infierno viviente controlado por Satanás, el demonio. Es oscura desde cualquier ángulo, y no se permite ninguna luz; simplemente no hay espacio para que los creyentes en Dios Todopoderoso vivan allí. Durante el día, la policía maligna me obligaba a trabajar en un taller. Si no cumplía con la cuota del día, dejaban que los prisioneros me pegaran cuando regresaba a la celda y proclamaban “tómenlo como ejemplo”. Mientras estaba en el taller contando bolsas, lo hacía de cien en cien y luego las ataba. Los prisioneros siempre venían intencionalmente y tomaban una o varias bolsas de las que había contado y decían que yo no las había contado bien y aprovechaban la oportunidad para golpearme y patearme. Cuando el guardián me veía golpeado, se acercaba a mí e hipócritamente me preguntaba qué estaba sucediendo y los prisioneros presentaban falsa evidencia de que yo no estaba contando suficientes bolsas. Entonces, debía soportar un bombardeo de fuertes críticas por parte del guardián. Además, me ordenaban memorizar las “normas de conducta” todas las mañanas, y, si no lo hacía, me golpeaban. También me obligaban a cantar canciones que alababan al partido comunista. Si advertían que no cantaba o que mis labios no se movían, entonces inevitablemente iba a recibir una golpiza por la noche. También me castigaban haciéndome limpiar el piso, y si no lo hacía de acuerdo a sus expectativas, entonces me golpeaban con violencia. En una oportunidad, algunos prisioneros comenzaron a pegarme y a patearme. Luego de la golpiza, me preguntaron: “Jovencito, ¿sabes por qué te pegamos? ¡Porque no te pusiste de pie ni saludaste al guardián cuando vino aquí!”. Cada vez que me golpeaban, me enojaba pero no me animaba a decir nada. Solamente podía llorar y orar en silencio a Dios, contándole acerca del resentimiento y la angustia que tenía dentro de mi corazón debido a este lugar anárquico e irracional. No había racionalidad aquí, sólo violencia. No había personas aquí, ¡sólo demonios insanos y escorpiones! Sentía tanto dolor y tanta presión viviendo en esta situación desesperada que no quería permanecer ni un minuto más allí. Cada vez que caía en una condición de debilidad y dolor, pensaba en las palabras de Dios Todopoderoso: “¿Alguna vez habéis aceptado las bendiciones que os han sido dadas? ¿Alguna vez habéis buscado las promesas que os han sido hechas? Con toda seguridad, bajo la guía de Mi luz, atravesaréis por los dominios de las fuerzas de la oscuridad. Con seguridad, en medio de la oscuridad, no perderéis la luz que os guía. Con seguridad seréis el maestro de toda la creación. Con seguridad seréis un vencedor ante Satanás. Con seguridad, a la caída del reino del gran dragón rojo, os erguiréis en medio de la infinidad de multitudes para ser testigo de Mi victoria. Con seguridad estaréis resueltos y firmes en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis la bendición que proviene de Mí, y con seguridad irradiaréis todos los rincones del universo con Mi gloria” (‘La decimonovena declaración’ de Las declaraciones de Dios al universo entero en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios me alentaron. Independientemente de si lo que Dios me estaba dando era gracia y bendición o prueba y refinamiento, todo era para proveerme y salvarme. Era introducir la verdad en mí y convertir la verdad en mi vida. Hoy, Dios permitió que me sucediera esta persecución y esta tribulación. Aunque me ocasionó un gran sufrimiento, me permitió poder experimentar de verdad que Dios está conmigo. Me hizo gozar realmente que las palabras de Dios se convirtieran en el pan de mi vida y en la lámpara a mis pies y en la luz para mi camino, conduciéndome paso a paso por este oscuro agujero del infierno. Este es el amor y la protección de Dios que disfruté y obtuve durante el proceso de mi sufrimiento. En ese momento, pude ver que yo estaba muy ciego y que era muy egoísta y codicioso. Al creer en Dios, sólo sabía cómo gozar de la gracia y la bendición de Dios y no buscaba la verdad ni la vida de ninguna manera. Una vez que mi carne sufría algún pequeño daño, me quejaba sin cesar. Simplemente, no observaba la voluntad de Dios y no buscaba comprender Su obra. Siempre le causaba angustia y dolor a Dios. ¡No tenía ninguna consciencia! Sintiendo remordimiento y auto-culpa, oré a Dios en silencio: “Oh, Dios Todopoderoso, puedo ver que todo lo que haces es salvarme y obtenerme. Detesto verdaderamente ser tan rebelde, ciego y carecer de humanidad. Siempre te he malinterpretado y no he sido considerado con Tu voluntad. Oh, Dios, hoy Tu palabra ha despertado mi corazón y mi espíritu adormecidos y me ha hecho comprender Tu voluntad. Ya no quiero cumplir mis propios deseos y anhelos; sólo me someteré a Tus designios. Incluso si tengo que sufrir todas las dificultades, cooperaré diligentemente contigo y daré resonantes testimonios de Ti en las persecuciones de Satanás. Buscaré alejarme de la influencia de Satanás y vivir la semejanza de un verdadero hombre para satisfacerte”. Luego de orar, comprendí las buenas intenciones de Dios, y supe que cada ámbito en el que Dios me permitiera experimentar sería el de mayor amor y salvación para mí. Por lo tanto, ya no pensaría en esconderme de Él ni en malinterpretarlo. Aunque la situación fuera la misma, mi corazón estaba en verdad lleno de gozo y placer. Sentía que era un honor y un orgullo poder pasar por malos momentos y persecución por mi creencia en Dios Todopoderoso, y que era un don único para mí, una persona corrupta; era una bendición especial y una gracia.
Luego de haber experimentado un año de dificultades en la prisión, veo que era muy pequeño de estatura y que carezco de mucha verdad. Dios Todopoderoso realmente compensó mis deficiencias a través de este entorno único y me permitió crecer. En mi adversidad, Él hizo que obtuviera la riqueza más preciada en la vida y que comprendiera muchas verdades que yo no entendía en el pasado y que viera claramente el aspecto repulsivo de Satanás, el demonio, y la esencia reaccionaria de su resistencia a Dios. Reconocí sus crímenes atroces de perseguir a Dios Todopoderoso y de asesinar a los cristianos. Sinceramente experimenté la gran salvación y misericordia que Dios Todopoderoso tenía para mí, la persona corrupta, y sentí que el poder y la vida en las palabras de Dios Todopoderoso podían traerme luz y ser mi vida y conducirme a prevalecer sobre Satanás y a alejarme tenazmente del valle de sombra de muerte. Del mismo modo, también reconocí que Dios Todopoderoso me conduce por el camino correcto de la vida. ¡Es el camino brillante para obtener la verdad y la vida! A partir de ahora, independientemente de qué persecución, tribulaciones o tentaciones peligrosas encuentre, estoy dispuesto a buscar diligentemente la verdad y obtener el camino de vida eterna que Dios Todopoderoso me ha otorgado.
De "Testimonios de experiencia del juicio de Cristo"
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