lunes, 12 de agosto de 2019

Testimonios Cristianos | Arránquese la máscara y empiece a vivir de nuevo


A finales del año pasado, debido a que no pude poner en marcha la obra del evangelio en mi zona, la familia de Dios transfirió un hermano de otra área para hacerse cargo de mi trabajo. Antes de esto no me habían informado nada, sino que lo escuché indirectamente por medio de una hermana con la que colaborábamos. Me sentí muy disgustada. Tenía la sospecha de que la persona a cargo no me había informado por temor a que yo no estuviese dispuesta a abandonar mi posición y protestara. Como resultado, me formé una mala opinión sobre la hermana que estaba a cargo. Más tarde, la hermana se reunió conmigo y me preguntó cómo me sentía por haber sido reemplazada; al comienzo iba a hablar con franqueza, pero me preocupaba que ella tuviese una mala impresión de mí y pensara que yo estaba buscando obtener una posición. Así que, en cambio, con una voz lo más relajada posible le dije: “No hay problema, no fui capaz de hacer un trabajo constructivo, así que tiene sentido que me reemplacen. No tengo ninguna opinión en particular sobre el asunto, cualquiera sea el deber que la familia de Dios me dé para cumplir, voy a obedecer”. De esta forma, escondí mi verdadero ser al tiempo que a mi hermana le mostraba una versión ilusoria de mí misma. Luego, la familia de Dios me envió a ser una colaboradora. En la primera reunión de colaboradores, el líder recientemente transferido puso al descubierto su condición. Una frase particular que usó: “perder toda posición y reputación”, me golpeó como una tonelada de ladrillos; pareciera que estuviese hablando sobre mí. Sentada allí, me sentía realmente triste y disgustada; podía sentir cómo se me llenaban los ojos de lágrimas pero me las tragué porque temía que los demás se dieran cuenta. Quería ponerme al descubierto, pero me preocupaba que mis compañeros me valoraran menos. Para cuidar mi reputación, volví a esconder mi verdadera condición, sin dejar que los demás vieran el grado hasta el cual yo había sido refinada. Hasta puse una sonrisa para mostrarles a todos cuán normal era mi condición. Así, llevé mi negatividad de vuelta a la obra y, a pesar del hecho de que no me atrevía a bajar el ritmo y trabajaba todos los días de sol a sol, parecía que cuánto más trabajaba, más inefectiva me volvía y surgió toda clase de problemas. La obra del evangelio estaba llegando a un punto muerto y el director de primera línea y algunos de los miembros habían sido arrestados por la policía del partido comunista chino. Al enfrentar todo esto estuve a punto de colapsar y sólo pensé en mi inminente reemplazo. Aún entonces, me negué a ponerme al descubierto y fingí ser fuerte y determinada frente a mis hermanos y hermanas.
Cierto día durante la devoción espiritual escuché el siguiente pasaje de la enseñanza de Cristo: “Al conversar con sus hermanos y hermanas, algunas personas temen profundamente que se averigüen las dificultades que hay en su corazón. Les asusta que los hermanos y hermanas tengan algo que decir sobre ellas o que las miren por encima del hombro. Cuando hablan, las personas siempre pueden sentir su pasión, que de verdad quieren a Dios y que tienen muchas ganas de poner la verdad en práctica, pero, en realidad, en su corazón son realmente débiles y extremadamente pasivas. Fingen ser fuertes y nadie puede ver más allá. Esto también es astucia. En resumen, independientemente de lo que hagas —ya sea en la vida, en el servicio a Dios o al llevar a cabo tu deber—, si les presentas a las personas una cara falsa y la utilizas para despistarlas, para conseguir que tengan mejor opinión de ti o que no te miren con superioridad, ¡estás siendo astuto!” (‘Para ser honesto, uno debe exponerse a los demás’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Después de escuchar este pasaje, me quedé totalmente estupefacta. Las palabras de juicio de Cristo golpearon agudamente mi corazón. Cuando evalué mis propias acciones ante estas palabras, parecía que yo estaba siendo la persona traidora de la que Dios hablaba, una verdadera hipócrita. Para darles a mi líder y a mis compañeros la impresión de que yo era alguien que estaba dispuesta a soltar mi posición y seguir los planes que la familia de Dios me había preparado, disimulé asiduamente y cubrí la verdad, sacrificando con ello la obra de la familia de Dios y la vida de mis hermanos y hermanas sin pensarlo dos veces. No estaba dispuesta a revelarles cuán negativos se habían vuelto mi condición y mi comportamiento después de ser reemplazada, así que desde que me quitaron el cargo de liderazgo y me asignaron el de colaboradora, fingí ser firme y determinada aunque por dentro me sentía débil y negativa. Estaba viviendo en el engaño de Satanás. Estaba viviendo en el malentendido y la traición de Dios. Aun así, no estaba dispuesta a ponerme al descubierto y a buscar la verdad para solucionar mi carácter corrupto. ¡Cuán traidora y confabuladora era yo! Sin embargo, sin importar lo bien que fingiera y ocultara mis verdaderos sentimientos, no podía escapar al escrutinio de Dios. El Espíritu Santo usó mi inefectividad en mi trabajo para revelarlo todo. De ningún modo estaba dispuesta a soltar mi estatus, en cambio sí estaba dispuesta a hacer todo lo posible para cuidar mi reputación y proteger mi posición al proyectar una falsa imagen de mí misma para engañar y confundir a mis hermanos y hermanas. ¿Cómo podría no haber sabido que, al actuar de esa manera, no sólo me estaba tendiendo una trampa a mí misma, sino que también estaba dañando la obra de la familia de Dios? ¡Qué peligroso fue jugar con la obra de la familia de Dios y con mi propia vida!
A estas alturas, no podía dejar de preguntarme: ¿Por qué siempre proyecto una falsa imagen de mí misma ante otros? ¿No se debe acaso a que mi naturaleza traicionera me ordena cuidar mi reputación y proteger mi estatus? A través del esclarecimiento del Espíritu Santo, pude darme cuenta de que el veneno de Satanás supuraba dentro de mí. Las frases: “Al igual que un árbol vive con su corteza, el hombre vive con su rostro” y “El hombre deja su nombre por donde quiera que pasa, así como el ganso emite su graznido allá por donde vuela” ya habían echado raíces tan profundas en mi corazón que todas mis acciones estaban profundamente influenciadas y orquestadas por ellas. Recordé la forma en que esto se había manifestado en el pasado: ¿cuántas veces había actuado en contra del principio de la verdad al cumplir con mis deberes, ocultando la realidad de una situación para guardar las apariencias y por temor a que, si se lo dije, otros me criticaran? ¿Cuántas veces le provoqué a mi propia vida un daño muy grande porque, a pesar de estar dolorosamente consciente de que mi condición estaba en mal estado y a sabiendas de que debía ponerme al descubierto en comunión con otros, opté por sufrir en silencio en lugar de abrirme y buscar el camino de la luz por temor a que me despreciaran? Básicamente, siempre que mi rostro y mi reputación estaban en peligro, me encubría traicioneramente a mí misma y proyectaba una falsa imagen para engañar a Dios y confundir a otros. Aun cuando Dios buscó salvarme a través de incontables revelaciones, mi naturaleza traicionera me seguía ordenando construir una falsa imagen, engañar a Dios y confundir a otros. ¿Cómo podía Dios obrar, de esta manera, en mí? Si yo seguía por este camino, ¿cómo recibiría salvación? ¿Cómo no iba a provocar la ira de Dios? Llena de temor, me postré delante de Dios: ¡Dios Todopoderoso, no merezco estar ante Ti! Mi naturaleza traicionera ha causado un gran daño a la obra de la familia de Dios, pero Tú no me has tratado conforme a mis fechorías y hasta me has dado una oportunidad para arrepentirme. Ahora no te pido que me toleres o que otros tengan una buena opinión de mí, sólo pido que Tu castigo y juicio estén siempre conmigo. A través de Tu castigo y juicio permíteme ver Tu carácter justo y que yo me acerque a un entendimiento completo de mi naturaleza traicionera, para así poder quitarme el disfraz y vivir honestamente.
Más tarde, leí el siguiente pasaje de las palabras de Dios: “Honestidad significa dar vuestro corazón a Dios; nunca jugarle falso en nada; ser abierto con Él en todas las cosas, nunca esconderle la verdad; nunca hacer cosas que engañen a los de arriba y a los de abajo por igual; y nunca hacer nada simplemente por congraciarse con Dios. En pocas palabras, ser honesto es abstenerse de impurezas en vuestras acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre. […] Si tienes muchas confidencias que eres reacio a compartir y estás muy poco dispuesto a dejar al descubierto tus secretos —es decir, tus dificultades— ante los demás con el fin de buscar el camino de la luz, entonces digo que eres uno que no recibirá la salvación fácilmente y que no saldrá fácilmente de las tinieblas. Si buscar el camino de la verdad te causa placer, entonces eres uno de los que vive a menudo en la luz” (‘Tres advertencias’ en “La Palabra manifestada en carne”). De las palabras de Dios pude ver que aquellos que no estaban dispuestos a compartir sus secretos ni a poner al descubierto sus dificultades para buscar la verdad, son traicioneros. Porque Dios odia y detesta a los traicioneros, las personas traicioneras no tienen la obra del Espíritu Santo en su interior y sin importar cuántos años practiquen la fe en Dios, nunca van a recibir Su salvación y finalmente serán eliminadas. Gracias al esclarecimiento de la palabra de Dios, pude darme cuenta de que la razón por la que había fallado en el servicio a Dios se debía a mi naturaleza traicionera. Nunca estuve dispuesta a entregarle mi corazón a Dios, a ponerme al descubierto ante Él o ante mis hermanos y hermanas y recibir los castigos y juicios de Dios para mi purificación personal. Como resultado, estaba viviendo en una condición incorrecta, había perdido la obra del Espíritu Santo y había caído en las tinieblas. Si hubiese tenido comunión en cuanto a mi condición verdadera cuando hablé con la hermana a cargo, ciertamente ella habría comunicado conmigo la verdad y mi condición habría mejorado de inmediato. Si siempre me hubiese puesto al descubierto, mi relación con Dios sería normal y no habría albergado prejuicios en contra de esa hermana ni causado tanto daño a la obra de la familia de Dios. Le doy gracias a Dios por revelarme Su carácter justo. A través de la palabra de Dios, recibí revelación y juicio y pude darme cuenta de mi naturaleza traicionera y de la raíz mis faltas. La revelación y el juicio de Dios también me mostraron el camino a practicar: sin importar cuántas dificultades pueda enfrentar o cuán pobre sea mi condición, sólo si me pongo al descubierto y utilizo la verdad para llegar a una solución, y sigo la palabra de Dios voy a recibir la obra del Espíritu Santo. Sólo si me deshago de mi disfraz y me comporto honestamente, alcanzaré la salvación de Dios.
En las palabras de Dios encontré esperanza y mi corazón se conmovió profundamente. Aunque mis acciones hirieron grandemente a Dios, Él nunca me abandonó, sino que siempre estuvo allí, obrando en silencio Su salvación. Detrás de este castigo y juicio aparentemente serio, es completamente evidente la sincera consideración de Dios. Realmente experimenté lo que significa: “un amor tan profundo como que ese demuestra la guía de un padre hacia su hijo”. La esencia de Dios no es tan sólo fidelidad, sino también belleza y bondad. Todo lo que Él proclama es la verdad y debería ser atesorado por toda la humanidad, porque ningún miembro de la humanidad corrupta posee esta esencia de Dios. Aunque mi verdadera naturaleza es traicionera y despreciable y todo lo que he hecho fue contra la verdad, prometo regresar a Dios y hacer todo lo posible para buscar la verdad, buscar el cambio de mi carácter y nunca más fingiré con la excusa de proteger mi inútil estatus y rostro. De ahora en adelante, sin importar qué clase de dificultades o malas condiciones enfrente, ¡prometo ponerme al descubierto ante otros para buscar la verdad y vivir honestamente para agradar el corazón de Dios!

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