Nací en el seno de una familia rural venida a menos que tenía pensamientos anticuados. Yo era presumido desde pequeño y mi deseo de lograr un estatus era especialmente fuerte. Con el paso del tiempo, a través de la influencia social y una educación tradicional, dejé entrar a mi corazón todo tipo de reglas de supervivencia de Satanás. Todo tipo de falacias alimentaron mi deseo de reputación y estatus, tales como construir una hermosa casa de campo con mis propias manos, que la fama me haría inmortal, que la gente necesita prestigio como un árbol necesita su corteza, avanzar y estar por encima del todo, prestigio familiar, etc. Estas cosas, gradualmente, se convirtieron en mi vida y me hicieron creer firmemente que mientras vivimos en este mundo, debemos poner nuestro empeño para que los demás nos vean superiores. Independientemente del grupo al que pertenecemos, debemos tener un estatus, debemos ser los que sobresalimos. Solamente viviendo de esta manera podemos tener integridad y dignidad. Solamente viviendo así la vida tiene valor. A fin de lograr mi sueño, estudié muy diligentemente en la escuela elemental. Lloviera o tronara, nunca falté a clases. Día tras día, finalmente llegué de este modo a la escuela intermedia. Cuando me di cuenta de que me estaba acercando a mi sueño no me animé a relajarme. Con frecuencia me decía a mí mismo que debía perseverar, que debía presentarme bien ante mis maestros y compañeros de clase. Sin embargo, justo entonces, sucedió algo inesperado. Hubo un escándalo entre nuestra profesora principal y el director de la escuela que causó un revuelo. Todos los maestros y los alumnos lo sabían. Un día, en clase, esa profesora nos preguntó si sabíamos algo y todos los demás alumnos dijeron que no. Yo fui el único que contestó sinceramente: “Sí, lo sé”. A partir de entonces, la profesora me vio como una espina clavada en su cuerpo y con frecuencia encontraba excusas para hacerme las cosas difíciles, para acabar conmigo. Mis compañeros de curso comenzaron a distanciarse de mí y a excluirme. Se burlaban de mí y me humillaban. Finalmente, ya no pude tolerar ese tipo de tormentos y me fui de la escuela. Así fue cómo mi sueño de avanzar y estar en el primer lugar de la lista se hizo trizas. Pensando en mi futuro, con mi rostro mirando el suelo y luego al cielo, sentí una tristeza y una melancolía inexplicables. Pensé: ¿Puede ser que mi vida pase de manera tan intrascendente? Sin estatus, sin prestigio, sin futuro. ¿Qué sentido tiene vivir así? No estaba dispuesto a aceptar eso en ese momento pero no sabía cómo cambiar mis circunstancias. Justo cuando estaba viviendo con un pesar y una desesperanza de los cuales no iba a poder salir, Dios Todopoderoso me salvó y volvió a encender la esperanza en mi corazón, la cual se había extinguido. A partir de entonces, comencé una vida completamente nueva.
Corría el mes de marzo de 1999, y por una oportunidad fortuita, oí el evangelio de los últimos días de Dios Todopoderoso. Me enteré de que Dios encarnado había venido a la tierra y que Él mismo le estaba hablando a la humanidad y guiándola, para salvarla del dominio de Satanás y permitirla liberar su vida del dolor, de haber caído, para vivir en un nuevo cielo y una nueva tierra. Y de las enseñanzas pacientes y meticulosas de mis hermanos y hermanas, oí muchas verdades que nunca había oído antes, tales como: el plan de administración de seis mil años de Dios, el misterio de Dios convirtiéndose en carne, que la gente corrupta necesita la salvación del Dios encarnado, qué tipos de sentido deben poseer las creaciones, cómo adorar al Señor de todas las creaciones, cómo vivir nuestra propia humanidad, qué es verdaderamente una vida humana… Me sentí profundamente atraído por estas verdades y me hicieron creer firmemente en que esta era la obra del verdadero Dios. Ese día, mis hermanos y hermanas también cantaron una canción de experiencia, “Pensar en el amargo pasado y en la dulzura del presente, me hace amarte, Dios, aún más”: “¡Ah, Dios práctico! Te ruego que oigas mi historia. Lloro cuando pienso en el pasado. Mi corazón era oscuro y sin luz; mi vida no conocía la esperanza, no podía hablar del sufrimiento en mi vida, sólo podía dejar pasar los días desamparado. ¿Cómo podía hacer que mi corazón no sintiera pena? ¡Ah, Dios práctico! Escúchame, pensando en el pasado, me duele el corazón. Fue Satanás, el Diablo, que me hizo daño, convirtiéndome en corrupto y caído. Tus palabras me iluminaron y me sacaron de la oscuridad. ¡Ah, Dios verdadero! ¡Ah, Dios verdadero! Te amo desde el fondo de mi corazón”. Esto iluminó mi alma, que había estado mucho tiempo en la oscuridad, como un rayo de luz, y no pude evitar romper en llanto. Muchos años de represión, injusticias y tristeza parecían liberarse repentinamente. Mi corazón se sentía mucho más ligero. Además de esta emoción, estaba aún más agradecido a Dios por haberme elegido entre millones de personas, permitiendo que mi alma cansada y triste encontrara un refugio cálido. A partir de entonces, mi vida cambió radicalmente. Ya no me sentía desconsolado y desanimado, sino que dispuse toda mi mente a leer la palabra de Dios, a ir a las reuniones y a las enseñanzas de la verdad. Cada día era pleno y feliz. Luego fui elevado por Dios y comencé a llevar a cabo el deber de predicar el evangelio. Puesto que era muy entusiasta y positivo, así como también era de cierto calibre, al cabo de un período mi obra estaba dando frutos. Obtuve la alabanza de mi líder de equipo evangélico y los hermanos y hermanas de la iglesia también me admiraban. Siempre venían a preguntarme cosas que no comprendían sobre predicar el evangelio. Sin darme cuenta, me convertí en un poco de auto-satisfacción y pensé: con tanta rapidez he logrado en la iglesia la reputación y el prestigio que esperé obtener en el mundo durante tantos años. ¡Mi aspecto de “héroe” finalmente encontró su lugar! Al ver mis logros, me sentí muy satisfecho y trabajé aún más arduamente para realizar mi deber. Independientemente de cuán grande fuera una dificultad, hacía todo lo posible por superarla. Independientemente de lo que la iglesia dispusiera que yo hiciera, yo obedecía de buen grado y ponía lo mejor de mí para realizarlo. A veces, el líder de la iglesia trataba conmigo y podaba aspectos míos porque no había llevado a cabo mi tarea bien. No importaba cuán molesto estaba yo, en la superficie no me justificaba. Si bien sufría bastante durante ese lapso, siempre que mantuviera un estatus entre mis hermanos y hermanas y ellos me admiraran, creía que realmente valía la pena pagar este precio. Pero Dios puede ver dentro de cada parte de las personas. Para transformar mis opiniones erróneas sobre la vida y los valores humanos, para poder limpiar las impurezas de mi creencia en Dios y realizar mi deber, Dios llevó a cabo juicio y castigo al igual que pruebas y refinamiento sobre mí.
Eso fue en 2003, cuando fui ascendido para actuar como líder de equipo evangélico. Junto con este ascenso en mi estatus, también se expandió mi alcance de trabajo, y me sentí aún más complacido conmigo mismo: el oro brilla en todas partes. Estoy resuelto a hacer mi tarea bien y ascender gradualmente para que mis hermanos y hermanas me envidien y me adoren más. ¡Eso sería maravilloso! Cuando llegué al lugar en el que debía poner en práctica mi deber, el líder tuvo en cuenta que yo acababa de tomar ese tipo de trabajo y que carecía de experiencia y de metodología, así que reunió a varios otros líderes de equipo evangélico de zonas cercanas para que pudiéramos aprender unos de otros. Pero en el transcurso de la enseñanza, vi que todos eran mayores que yo y que eran de un calibre menor. En la enseñanza de las palabras de Dios tampoco se comunicaban de manera tan clara como lo hacía yo. No pude evitar volverme arrogante y mi opinión de ellos fue muy pobre. Sentí que por cierto podría hacer un buen trabajo con mis propias fuerzas. Después de la reunión, de inmediato fui a cada equipo para entender cómo trabajaban. Cuando descubrí algunos errores y omisiones en su trabajo y que algunos de los miembros de los equipos no podían predicar el evangelio y dar testimonio de Dios, me sentí ansioso y enojado. No podía evitar retar a mis hermanos y hermanas: “¿Acaso si lleváis a la práctica vuestros deberes de este modo, pensáis que realmente están en línea con la voluntad de Dios? Vosotros no queréis pagar un precio pero queréis ser salvados por Dios. ¿Este tipo de persona tiene algún sentido?...” Y a veces durante la enseñanza yo alardeaba, diciéndoles a todos cómo había participado en la obra evangélica y contando todo acerca de los resultados que había obtenido. Cuando vi la envidia en los rostros de mis hermanos y hermanas, fui muy petulante y sentí que era más responsable que los demás. Con el transcurso del tiempo, mis hermanos y hermanas trataban siempre sus asuntos conmigo y ya no se concentraban en orar a Dios o en confiar en Él. Y no sólo no sentía temor, sino que lo disfrutaba. Finalmente, perdí por completo la obra del Espíritu Santo sobre mí y realmente no pude trabajar más. A principios de 2004, la iglesia me quitó mis deberes e hizo que regresara a mi hogar para una reflexión espiritual. Enfrentado con este resultado, era como si muy rápidamente hubiera caído en un pozo sin fondo. Todo mi cuerpo estaba inerte y débil por un intenso sentimiento de frustración, y no podía evitar pensar: era tan maravilloso cuando comencé a llevar a cabo mi deber. Y ahora, regresando con tal ignominia, ¿cómo podía enfrentar a mi familia y a los hermanos y hermanas de mi pueblo natal? ¿Qué pensarían de mí? ¿Se burlarían de mí, me menospreciarían? Tan pronto como pensé en perder mi imagen y mi prestigio en las mentes de otros sentí que iba a derrumbarme. Vivía en una negatividad de la que no podía zafar y ni siquiera podía seguir leyendo las palabras de Dios. En medio de esta agonía, no podía orar a Dios sin cesar: “¡Ah, Dios! Ahora soy tan débil y mi espíritu está en la oscuridad porque no puedo aceptar el hecho de haber sido reemplazada. Me siento tan poco dispuesto a obedecer los planes de la iglesia, pero todo lo que Tú haces es bueno y contiene Tu actitud benevolente. Estoy deseoso de ser esclarecido por Tu voluntad”. Luego de orar, estas palabras de Dios me trajeron esclarecimiento: “En vuestra búsqueda tenéis demasiadas nociones individuales, esperanzas y futuros. La obra presente es para tratar con vuestro deseo de estatus y vuestros deseos extravagantes. Las esperanzas, el deseo de[a] estatus y las nociones son, todos ellos, representaciones clásicas del carácter satánico. […] Aunque habéis llegado hoy hasta esta etapa, seguís sin renunciar al estatus, y en su lugar estáis luchando siempre para ‘inquirir’ sobre él y observarlo a diario, con el profundo temor de que un día vuestro estatus se pierda y que vuestro nombre quede perjudicado. […] Ahora sois seguidores, y poseéis cierto entendimiento de esta etapa de la obra. Sin embargo, todavía no habéis dejado a un lado vuestro deseo de estatus. Cuando éste es alto, buscáis bien, pero cuando es bajo, dejáis de buscar. Las bendiciones del estatus siempre están en vuestra mente. ¿Por qué la mayoría de las personas no pueden salir de la negatividad? ¿No es siempre a causa de las perspectivas ‘sombrías’?” (‘¿Por qué no estás dispuesto a ser un contraste?’ en “La Palabra manifestada en carne”). El juicio y revelación en la palabra de Dios me hizo abrir los ojos de una manera rotunda y me hizo entender que la obra de Dios en ese momento era lidiar con mi deseo de estatus, hacerme andar por el camino correcto de la vida. Recordando el momento en que comencé a realizar mi deber, fui muy positivo en los momentos en que tuve un estatus. Tenía mucha confianza y no le temía a los sufrimientos ni a las dificultades. Cuando me enfrentaba a alguien que trataba conmigo o que podaba aspectos de mí, no me resistía. Pero luego, después de que me despidieron y tuve que regresar a mi hogar, no pude salir de mi negatividad. Observé que desde afuera parecía que había estado realizando mi deber y llevando a cabo la voluntad de Dios, pero que en realidad llevaba la bandera de realizar mi deber mientras manejaba las cosas yo mismo. Era por completo usar a Dios para satisfacer mis propios deseos que habían estado ocultos durante muchos años: avanzar y ser visto en alto. Y no era la búsqueda de la verdad ni mucho menos llevar a la práctica el deber de una criatura de satisfacer a Dios. Cuando realizaba mi deber y veía los errores de mis hermanos y hermanas, no sólo no los ayudaba en base al amor, sino que me apoyaba en mi posición para retarlos. Me elevé deliberadamente, di testimonio de mí mismo, y estaba ansioso de que todos me admiraran y me adoraran. Desde el principio hasta el final, tenía una sola meta en mis pensamientos y acciones. ¿No era esto claramente competir con Dios por un estatus? La humanidad fue creada por Dios, de modo que debemos adorarlo y admirarlo. Nuestros corazones sólo deben contener el estatus de Dios, pero yo era inmundo y corrupto, una persona baja que quería competir por estatus con Dios. ¿No es esto terriblemente arrogante? ¿No es esto ultrajante y contrario a Dios? ¿No es esta una conducta que resulta una grave ofensa al carácter de Dios? Cuando pensé en ello, no pude evitar temblar de temor por mi propia naturaleza arrogante. ¡Resultó ser que ya me encontraba en esa situación peligrosa de estar sujeto al castigo de Dios! El carácter de Dios es justo y sagrado y no tolera las ofensas de la humanidad. ¿Cómo podía tolerar el hecho de permitirme, a mí, a esta criatura rebelde, perturbar y afectar deliberadamente Su obra? Sólo entonces me di cuenta de que el hecho de que me despidieran dependía de la gran tolerancia y del gran amor de Dios. De otro modo, hubiera hecho cada vez más mal hasta el punto en que Él no pudiera perdonarme. Entonces hubiera sido demasiado tarde. Cuanto más pensaba en eso, más asustado estaba, y más sentía cuánto le debía a Dios. No podía hacer otra cosa que postrarme frente a Él y orar: “¡Ah, Dios! Mi naturaleza es demasiado arrogante, demasiado superficial. No he ido tras la verdad mientras ponía en práctica mi deber, y no he pensado en devolverte Tu amor. Estaba ocupado corriendo de aquí para allá para perseguir mi reputación y mi estatus, y dediqué mi corazón a avanzar en la iglesia, así que, ¿cómo no iba a tropezar y a caer mientras realizaba mi deber con ese tipo de intención? Si Tu juicio y castigo, y el hecho de que me hayas tratado y podado no hubiera llegado en el momento oportuno, por cierto hubiera seguido transitando el camino de un enemigo de Cristo. Finalmente hubiera arruinado mi posibilidad de salvación. ¡Ah, Dios! Te doy las gracias por Tu misericordia y Tu salvación. A partir de este día, estoy dispuesto a abandonar mis deseos ambiciosos e ir tras la verdad, y a aceptar más de Tu juicio y Tu castigo, a lograr un cambio en mi carácter corrupto pronto”. El esclarecimiento y la guía de Dios me alejaron de mi negatividad y me permitieron reconocer parte de mi propia naturaleza arrogante y de mi esencia de resistir a Dios. También obtuve algún entendimiento del carácter justo de Dios, y sentí una gran liberación en mi corazón. También tuve deseos de continuar buscando la verdad en cualquier circunstancia que Dios dispusiera para mí y de entender Su voluntad en mayor profundidad.
En mi búsqueda después de eso, vi palabras de Dios que decían: “Yo decido el destino de cada hombre no en base a su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino en base a si posee la verdad. No hay otra decisión que esta. Vosotros debéis daros cuenta de que todos aquellos quienes no siguen la voluntad de Dios serán castigados. Este es un hecho inmutable” (‘Deberías preparar suficientes buenas obras para tu destino’ en “La Palabra manifestada en carne”). “Como criatura de Dios, el hombre debe procurar cumplir con el deber de una criatura de Dios y buscar amar a Dios sin hacer otras elecciones, porque Dios es digno del amor del hombre. Quienes buscan amar a Dios no deben buscar ningún beneficio personal ni aquello que anhelan personalmente; esta es la forma más correcta de búsqueda” (‘El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine’ en “La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios ya les habían manifestado a las personas de manera perfectamente clara y comprensible cuáles eran Su voluntad y Sus requisitos para que la humanidad pudiera comprender una manera adecuada de búsqueda y cuál es el camino equivocado. En ese momento, había colocado a la reputación y el estatus por encima de todo, pero en realidad, Dios no se fijaba cuán alto era el estatus de cada persona, qué tipo de categoría tenían, o cuánto habían sufrido por creer en Dios. Él observaba si buscaban o no la verdad y si tenían una comprensión genuina de Dios. Aquellos que entienden la verdad pero que no tienen un estatus elevado también pueden obtener Su elogio, pero los que no tienen la verdad y sí tienen un estatus elevado son los que Dios detesta y rechaza. Este es el carácter de Dios de justicia y santidad. El estatus no puede determinar el destino de una persona, ni tampoco es un símbolo de la salvación de alguien por su manera de creer en Dios. Especialmente, no es una marca de alguien que ha sido perfeccionado por Dios. Pero siempre utilicé mi estatus para medir mi propio valor y mi mayor placer era ser admirado y adorado por los demás. ¿No iba esto totalmente en contra de los requisitos de Dios? ¿No era creer en Dios de esta manera totalmente fútil? No sólo no hubiera podido ser salvado por Dios, sino que en el final hubiera sufrido el castigo de Dios por mis malos caminos. En ese momento, lo que Dios me había confiado era entrar en la verdad, poder buscar un cambio de carácter, ir tras la obediencia y el amor a Dios, y en el final ser salvado y perfeccionado por Él. Sólo este era el camino apropiado. Luego de comprender todo esto, mi corazón se llenó de gratitud hacia Dios. Gracias a Su juicio y castigo que me hicieron abandonar el camino equivocado y me dieron esclarecimiento para que pudiera conocer Su voluntad, lo que me permitió finalmente ver claramente el peligro y las consecuencias de ir tras la reputación y el estatus. Sólo entonces pude despertar y volver en el tiempo. A través de esa experiencia comprendí algunas verdades así como la benevolencia de Dios, y recuperé nuevamente mi condición. Me dediqué por completo a poner, nuevamente, mis deberes en práctica.
En julio de 2004, fui a un área remota en las montañas y colaboré con un hermano en la obra del evangelio. Cuando comencé esa tarea, tuve en cuenta mis fallas anteriores como lecciones. Con frecuencia, me recordaba a mí mismo que no debía ir tras la reputación ni el estatus, sino realizar sinceramente mi deber como una creación, entonces, cuando aparecían temas que no comprendía o que no me resultaban claros, daba un paso al costado y buscaba activamente la enseñanza de mi hermano, para hablar y resolver la situación. Pero a medida que mi obra empezaba a dar cada vez más frutos, nuevamente mi naturaleza arrogante levantó la cabeza y comencé a concentrarme en mi propia imagen y estatus. En una oportunidad, durante una reunión, un miembro del equipo evangélico local me dijo, contento: “Gracias a que has venido hemos convertido a más creyentes…”. Mi boca dijo que este era el resultado de la obra del Espíritu Santo, pero en mi corazón me sentí muy complacido conmigo mismo. Cuando terminó la reunión y regresé al hogar de mi familia anfitriona, me senté en la cama y repasé en mi mente cada escena de mi obra en ese tiempo. No pude evitar felicitarme, pensando: parece que tengo una verdadera capacidad para esta obra. Mientras continúe trabajando arduamente, por cierto me volverán a ascender. Entonces me vi totalmente como un héroe, y el estatus de Dios ya había partido de mi corazón. Al realizar mi deber después de eso, comencé a competir por estatus y a comparar posiciones con mis compañeros de trabajo. Empecé a abiertamente alardear frente a mis hermanos y hermanas como si todos los resultados de nuestro trabajo se debieran solamente a mis esfuerzos. Justo cuando me estaba cayendo al abismo poco a poco, nuevamente Dios me extendió una mano de salvación. Una noche súbitamente me enfermé de una grave gripe. Mi temperatura alcanzó los 39º C e incluso después de haber tomado medicamentos durante varios días no mejoraba. Fui al hospital a que me aplicaran una inyección, pero no sólo no mejoré, sino que empeoré. No podía mantener nada en mi estómago, ni siquiera agua. Finalmente, quedé postrado en la cama y sentía que estaba al borde de la muerte. Bajo la tortura de esa enfermedad, ya no pensaba en qué tipo de estatus tendría al día siguiente. Rápidamente me puse de rodillas y oré a Dios: “¡Ah, Dios! Esta enfermedad que me ha llegado es Tu voluntad benevolente así como también Tu carácter justo. No quiero entenderte mal ni culparte. Sólo te ruego que una vez más me des esclarecimiento y me ilumines, que me permitas comprender Tu voluntad y poder así comprender con mayor profundidad mi propia corrupción”. Después de orar, mi corazón estuvo mucho más tranquilo. Justo entonces, esta palabra de Dios vino a mí repentinamente: “Vuestra naturaleza altiva y arrogante os lleva a traicionar vuestra propia conciencia, a rebelaros contra Cristo y a resistiros a Él, y a revelar vuestra fealdad, exponiendo a la luz vuestras intenciones, nociones, deseos excesivos y ojos llenos de codicia” (‘¿Eres un verdadero creyente de Dios?’ en “La Palabra manifestada en carne”). Cada una de estas palabras de Dios traspasó mi corazón como una espada; me dieron un golpe mortal. Cada uno de los tipos de fealdad de arrogancia que yo había revelado vino a mi mente con gran claridad. Mi corazón estaba dolido y yo estaba inmensamente avergonzado y desconcertado. Fue entonces que vi claramente que había sido mi propia naturaleza arrogante la que había hecho que mi consciencia perdiera su función original para que no pudiera obedecer y adorar sinceramente a Dios. Esto hizo que siempre albergara ambición y deseo, y tan pronto como tenía la oportunidad competía por el estatus, y quería mostrarme sólo a mí mismo y suprimir a los demás. No podía ser simplemente una persona que se comportara bien. Era claro que todo fruto de mi obra dependía de la obra del Espíritu Santo, que era bendición de Dios. Sin embargo, competía desvergonzadamente con Dios por el crédito y explotaba la oportunidad de elevarme a mí mismo, volviéndome nuevamente arrogante y compitiendo con Dios por el estatus. Esta naturaleza arrogante mía era precisamente la raíz de mi resistencia a Dios. Si no solucionaba este problema, nunca conseguiría obedecer a Dios ni la devoción para llevar a cabo mi deber.
Bajo la guía de Dios, nuevamente pensé en Sus palabras: “Cuando alguien reconoce cuál es su verdadera naturaleza, lo desagradable, despreciable y lastimosa que es, no se sentirá demasiado orgulloso de sí mismo, no será tan extremadamente arrogante ni estará tan contento de sí mismo como antes. Siente: ‘Tengo que ser serio y tener los pies sobre la tierra, y practicar algo de la palabra de Dios. De no ser así, no estaré a la altura de las exigencias del ser humano, y me avergonzará vivir en la presencia de Dios’. Se ve realmente miserable, insignificante. Esta vez le resulta fácil llevar a cabo la verdad y parece más un ser humano” (‘Conocerse a uno mismo es principalmente conocer la naturaleza humana’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Las palabras de Dios me señalaron el camino de la práctica y de la entrada, y que si quería abandonar profundamente mis pensamientos de reputación, estatus y mis perspectivas, debía poner todo mi esfuerzo en conocer mi propia naturaleza. Cuando pude ver cuán bajo, cuán inútil era yo, pude convertirme en una persona discreta y dejar de ser arrogante. Luego, podría perseguir la verdad con mis dos pies apoyados en el suelo. En realidad, el hecho de que Dios administrara este juicio y castigo, este golpe y esta disciplina, sirvieron para que tuviera una verdadera comprensión de mi propia esencia y de mi inherente identidad y estatus. Fue para permitirme tener un conocimiento propio frente a Dios, para reconocer mi propia pobreza de espíritu, mi propia nada. Fue para permitirme conocer que lo que necesitaba era la verdad, la salvación de Dios, a partir de la cual podría postrarme frente a Dios y ser una persona de buen comportamiento. Fue de tal manera en que podría llevar a cabo mi deber de satisfacer a Dios y ya no perseguir el estatus, hiriendo Su corazón. Bajo la guía de Sus palabras se abrió un camino hacia delante así como también la confianza para buscar la verdad. Aunque había sido profundamente corrompido por Satanás y mi naturaleza arrogante había estado profundamente arraigada, mientras pudiera aceptar y obedecer el juicio y el castigo de Dios así como Su prueba y refinamiento, y a partir de eso reconocer mi propia naturaleza y esencia, y luego ir en una incansablemente búsqueda de la verdad, ciertamente podría liberarme de la esclavitud y del sufrimiento de la reputación y el estatus, y entrar en el camino de ser salvado, de ser perfeccionado. Después de haber regresado a Dios, me recuperé de mi enfermedad en dos días. Esto me hizo darme cuenta aún más de que Él utilizó esa enfermedad como una manera de disciplina. No fue para hacerme sufrir intencionalmente, ni tampoco hubo algún castigo en ella: fue para despertar mi corazón adormecido, para que me alejara de mis búsquedas erróneas lo antes posible y que fuera en el camino correcto de creer en Dios. Yo estaba profundamente conmovido y galvanizado por el amor de Dios. Ofrecí a Dios mi agradecimiento y lo alabé sinceramente.
Una vez recuperado de mi enfermedad, me sumergí de lleno en el trabajo. Con calma resolví en mi corazón que cuando encontrara algo que tuviera que ver con la reputación o el estatus, ciertamente daría testimonio de Dios. Varios meses después, me enteré de que otro líder de equipo evangélico estaba logrando muy buenos resultados y había experimentado algunos actos maravillosos de Dios, y que había resumido algunas de sus experiencias exitosas y su camino de servicio. Sin embargo, la obra en la que yo estaba participando estaba decayendo. Cuando vi la desilusión en los rostros de mis hermanos y hermanas, en particular cuando oí que una hermana decía: “ahora gozamos una salvación muy grande de Dios, pero no podemos dar testimonio de Su obra. Realmente estamos en deuda con Él”, y ninguno de ellos pudo contener las lágrimas, mi corazón se llenó de gran pesar. No sabía cómo salir de esa situación, y oré a Dios repetidas veces: “¡Ah, Dios! Todos somos débiles cuando nos enfrentamos con dificultades prácticas, pero sé que esta es Tu prueba de nuestra confianza, Tu prueba de nuestra devoción. Pero mi estatura es demasiado pequeña y no puedo confiar en soportar ese peso. Te ruego que me ilumines para comprender Tu voluntad. Deseo actuar de acuerdo con Tu guía”. Luego de orar, repentinamente tuve una idea: Debo pedirle al compañero de trabajo que está logrando éxitos que venga a reunirse con nosotros para enseñarnos y así aprender algunos de sus puntos fuertes y de sus experiencias. De esa manera los hermanos y las hermanas también podrán disfrutar del esclarecimiento y de la guía del Espíritu Santo y aprender cómo hacer su obra del evangelio. Sabía que esa idea había venido de la guía del Espíritu Santo, pero continuaba teniendo algunos recelos en mi corazón. Pensaba: Solía ser más capaz que ese hermano en cualquier ámbito y cuando nos reuníamos siempre lo desacreditaba, pero ahora, su desempeño es mejor que el mío. Cuando ahora me vea mostrándome desesperado y avergonzado, ¿se reirá de mí? ¿Me menospreciarán los hermanos y las hermanas? ¿Conservaré mi prestigio?… Pensaba y pensaba y aún así no podía abandonar la idea de mi prestigio y mi estatus, pero tan pronto como pensaba en la urgente voluntad de Dios de salvar a la humanidad y en que mis hermanos y hermanas no contaban con la guía y el liderazgo del Espíritu Santo, era castigado dentro de mi corazón. Justo cuando vacilaba, estas palabras de Dios me esclarecieron: “El Espíritu Santo no sólo obra en ciertos hombres que son usados por Dios, sino que lo hace aún más en la iglesia. Él podría estar obrando en cualquiera. Ahora puede obrar en ti y después de que lo hayas experimentado, puede obrar en alguien más después. Síguela de cerca; cuanto más sigas la luz presente, más puede crecer tu vida. Sigue a aquellos en los que el Espíritu Santo obra, sin importar la clase de hombre que pueda ser. Asimila sus experiencias a través de las tuyas y vas a recibir cosas aún más elevadas. Al hacerlo así verás el crecimiento con mayor rapidez. Esta es la senda de la perfección para el hombre y una forma por la cual la vida crece. La senda a la perfección se alcanza a través de tu obediencia hacia la obra del Espíritu Santo. Tú no sabes por medio de qué clase de persona obrará Dios para perfeccionarte, ni tampoco por medio de qué persona, suceso o cosa Él te traerá beneficios y te permitirá adquirir algo de discernimiento” (‘Los verdaderamente obedientes seguramente serán ganados por Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Bajo el liderazgo de las palabras de Dios, comprendí Su voluntad y entendí cómo conducir y perfeccionar a las personas en la obra del Espíritu Santo. Me di cuenta de lo siguiente: La obra de Dios y Su sabiduría son maravillosas y misteriosas. No sé a través de qué tipo de persona o cosa Él me esclarecerá o me guiará a comprender Su voluntad, ni tampoco sé a través de qué tipo de ámbito tratará Él con mi carácter corrupto. Debo aprender a obedecer la obra del Espíritu Santo, y sin importar cuán alta o cuán baja sea el estatus de alguien, cuántos años tiene o cuánto tiempo ha creído en Dios, siempre que su enseñanza sea la verdad, que sea la voluntad real de Dios y pueda señalar el camino práctico, eso proviene de la obra y el esclarecimiento del Espíritu Santo. Debo aceptar, obedecer y practicar. Esta es la razón humana que poseo. Si no obedezco la obra del Espíritu Santo, estoy dispuesto a permitir que mi obra se vea comprometida para mantener mi propia vanidad, estoy dispuesto a permitir que mis hermanos y hermanas vivan en la oscuridad con el objeto de mantener mi propia imagen y estatus. ¡En ese caso, soy un siervo verdaderamente malo y un anticristo! Cuando me di cuenta de eso, no pude evitar sentir temor y no me atreví otra vez a convertirme en obstinado e ir en contra del esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Estaba dispuesto a abandonar mi propia naturaleza satánica y agradar el corazón de Dios por medio de actos prácticos. Entonces, llamé de inmediato a ese compañero de trabajo y le pedí que viniera a comunicarse con nosotros. Lo que me dio vergüenza fue que después de conocernos en persona, ese hermano ni remotamente me denigró ni se rio de mí. De manera muy genuina, él compartió cómo habían trabajado juntos mientras el Espíritu Santo obraba entre ellos, y cómo confiaron en Dios y le oraron cuando se topaban con reveses y dificultades, qué actos de Dios habían visto después de eso, qué tipos de verdadero entendimiento habían obtenido acerca de Dios y más. Al ver el aspecto relajado y alegre de mi hermano, y luego ver que mis hermanos y hermanas parecían estar escuchando atentamente y con entusiasmo y luego de ver las sonrisas aparecer gradualmente en sus rostros, sentí un dolor agudo como si me hubieran roto el corazón. Pero, esta vez no era por el hecho de satisfacer mi propio prestigio o estatus, sino porque sentí un reproche en mi corazón debido a mi deuda con Dios. Por este motivo, experimenté honestamente la responsabilidad y el deber llevado a cabo por un buen líder. Si el camino que recorro no es el correcto, dañará y arruinará las vidas de mucha gente. Traerá sufrimiento espiritual a muchas personas. En ese caso, ¿no me he convertido en el principal culpable de resistir a Dios? Cuando se haya completado la obra de Dios, ¿cómo me justificaré ante Él? Fue en ese momento en el que finalmente me detesté de verdad desde el fondo de mi corazón. Odié el hecho de que en el pasado, mientras llevaba a cabo mi deber, no había actuado sinceramente en mi trabajo, sino que solamente había pensado en ir tras la reputación y el estatus y en gozar de las bendiciones del estatus. No sólo interfirió esto con las entradas de mis hermanos y mis hermanas en la vida, sino que interfirió más en llevar a cabo la voluntad de Dios. También había perdido con frecuencia la obra del Espíritu Santo y caído en la oscuridad. Vi que perseguir la reputación y el estatus hacía más daño que bien. Pero mientras me sentía culpable y arrepentido, también me sentí un poco aliviado. Esto se debía a que, bajo el liderazgo de Dios, finalmente había dejado ir el beneficio personal para poner en práctica la verdad. Había hecho algo que fue beneficioso para la obra, para mis hermanos y hermanas y para mí mismo. Había avergonzado a Satanás a través de acciones prácticas y esta vez de Dios.
En mi experiencia de la obra de Dios y debido a mi búsqueda de reputación y estatus, sufrí muchas dificultades y fracasos. Tomé muchos desvíos, y debido a esto fui tratado y refinado. Gradualmente, vi el estatus como algo mucho menos importante, y lo que había creído antes –que sin estatus no había futuro y que nadie nos admiraría–, esta perspectiva equivocada, fue cambiada. Hasta el momento ya he seguido a Dios por quince años. Cada vez que pienso en la obra de Dios sobre mí, siempre me cubre un sentimiento dulce. Nunca podré olvidar el amor y la salvación de Dios. De no haber sido por Dios diseñando mi circunstancia y tratando con mis deseos ambiciosos en las primeras etapas de mi vida, ¿cómo hubiera estado dispuesto a abandonar la fe en la que había estado viviendo durante tantos años y que se había convertido en mi vida? De no haber sido por la salvación de Dios, seguiría viviendo de acuerdo a los venenos y las leyes de Satanás, malgastando mi vida por un sueño que nunca se concretaría. Y de no haber sido por las repetidas revelaciones y los refinamientos de Dios, seguiría transitando el camino equivocado y nunca me hubiera dado cuenta de cuán grave es mi propia vanidad y cuán poderoso es mi deseo de tener un estatus. Particularmente, no me hubiera dado cuenta de que soy enemigo de Dios. Fue la obra extraordinaria de Dios la que hizo posible que se diera ese cambio trascendental en mi vida, lo que permitió que las creencias vulgares que yo defendí durante tantos años se disolvieran en los altibajos, desaparecieron con el paso del tiempo. Esto permitió que mis valores y perspectivas erróneas sobre la vida atravesaran un cambio substancial, y me permitió comprender que una verdadera vida humana sólo se trata de la búsqueda de la verdad y de llevar a cabo el deber de una creación, y que sólo abandonando la influencia oscura de Satanás y viviendo sobre la base de las palabras de Dios puedo vivir con significado y con valor. Es totalmente gracias el fruto del juicio de Dios y Su castigo que puedo tener la comprensión y los cambios que tengo hoy. Aunque el hecho de atravesar el juicio y el castigo de Dios hizo que pasara por el dolor del refinamiento, he obtenido algún entendimiento de la obra práctica de Dios, de Su esencia benevolente, y de Su carácter de justicia y santidad. Ahora puedo ver con claridad, detestar y deshacerme de los venenos de Satanás que me dañaron durante muchos años, y puedo tener una verdadera vida humana. Nada de esto fue sufrimiento en vano. Fue lo más significativo, lo más valioso. En el camino de hoy en adelante, estoy dispuesto a aceptar más juicios y castigos, y más pruebas y refinamientos provenientes de Dios para que cada parte de mi carácter corrupto sea rápidamente purificado, y me pueda convertir en alguien que está alineado con la voluntad de Dios.
Nota al pie:
a. El texto original omite “el deseo de”.
De "Testimonios de experiencia del juicio de Cristo"
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