En los últimos tiempos, pensé que había logrado una cooperación armoniosa. Mi compañero y yo podíamos hablar sobre cualquier cosa, a veces incluso le pedía que me marcara mis defectos, y jamás discutíamos, así que pensé que lo habíamos logrado. Pero tal como lo demostraron los hechos, una alianza verdaderamente armoniosa no era como yo suponía.
Un día en una reunión, mi compañero marcó algunos de mis defectos frente a nuestro superior, dijo que era arrogante, que no aceptaba la verdad, que era controlador y autoritario… Me enojó mucho oírle decir eso, y pensé: “Ayer te pregunté si tenías algo que decir de mí y respondiste que no, pero hoy, frente a nuestro superior, ¡dices todo esto! ¡Es muy poco sincero de tu parte!” Pensé que mi compañero y yo teníamos una relación pacífica, pero él tenía muchas opiniones sobre mí, lo que demostraba que aún había malinterpretaciones entre nosotros y que nuestra relación no era para nada pacífica. Frente a estos hechos, no tuve otra opción que analizar mi propio comportamiento en esta cooperación: Cuando nos juntábamos, a pesar de que el hermano también hablaba, casi no intervenía, porque yo hablaba durante gran parte de la reunión y apenas le daba la oportunidad de participar; obviamente, en el trabajo sí debatíamos los problemas que surgían, pero cuando discrepábamos, yo siempre me cerraba en mis propias opiniones y rechazaba las de él, y los temas se resolvían cuando el hermano simplemente cedía; desde afuera, no había controversias ni conflictos entre nosotros, pero desde adentro se percibía una barrera entre nosotros, algo que no nos permitía abrirnos por completo. En ese momento me di cuenta de que si bien aparentemente éramos compañeros que trabajábamos juntos, en realidad yo era el que daba las órdenes, y él jamás tenía la oportunidad de cumplir verdaderamente sus obligaciones. Aunque yo pensaba que nos complementábamos mutuamente, en realidad era una relación de líder y liderado. Los hechos me demostraron que lo que yo creía que era una cooperación armoniosa era sólo un conjunto de prácticas superficiales. Entonces, ¿qué es una cooperación verdaderamente armoniosa? Recurrí a la palabra de Dios en busca de respuestas a mi pregunta, y encontré lo siguiente: “Vosotros en los niveles superiores escucháis mucha verdad y entendéis mucho acerca del servicio. Si vosotras las personas que os coordináis para trabajar en las iglesias no aprendéis las unas de las otras y os comunicáis, compensando las deficiencias los unos con los otros, ¿de dónde podéis aprender lecciones? Cuando encontréis algo, debéis comunicaros entre vosotros para que vuestra vida se pueda beneficiar. Y debéis hablar cuidadosamente acerca de cosas de cualquier tipo antes de tomar decisiones. Sólo al hacerlo así estáis siendo responsables a la iglesia y no estáis siendo superficiales. Después de que visitéis todas las iglesias, os debéis reunir y hablar de todos los asuntos que descubráis y problemas que encontréis en la obra y comunicar la inspiración e iluminación que hayáis recibido; esta es una práctica indispensable del servicio. Debéis lograr la cooperación armoniosa para el propósito de la obra de Dios, para el beneficio de la iglesia y para alentar a los hermanos y hermanas. Tú coordinas con él y él coordina contigo, cada uno corrigiendo al otro, llegando a un mejor resultado de la obra, para cuidar de la voluntad de Dios. Sólo esta es una verdadera cooperación y sólo tales personas tienen una verdadera entrada” (‘Sirve como lo hicieron los israelitas’ en “La Palabra manifestada en carne”). Luego de sopesar cuidadosamente las palabras de Dios, mi corazón de repente comprendió. En una verdadera cooperación, los compañeros priorizan la obra de la iglesia; en lo que respecta a los intereses de la iglesia y a la vida de los hermanos y hermanas, pueden comunicarse y complementar mutuamente sus debilidades, a fin de lograr mejores resultados en su trabajo; no se malinterpretan ni tienen prejuicios entre sí, ni mantienen diferencias en cuanto a estatus. Al comparar esto con mi propio comportamiento, sentí vergüenza y arrepentimiento más allá de las palabras. Al analizar retrospectivamente mi conducta, me di cuenta de que jamás consideraba el interés de la iglesia, siempre me priorizaba yo, lideraba apoyado en mi estatus y me ocupaba meticulosamente de mi propia reputación y posición, y sólo temía que los demás tuvieran una mala opinión de mí o me despreciaran, y mi comunicación con los hermanos y hermanas no era complementaria ni se generaba desde un lugar de igualdad, por lo que nunca lograba cumplir el propósito de entrar juntos y gracias al apoyo mutuo, a la palabra de Dios. Si bien a simple vista mi compañero y yo parecíamos debatir cómo hacer nuestro trabajo, internamente yo no aceptaba sus ideas, y al final imponía las mías en lugar de considerar lo que era mejor para la obra de la iglesia; aunque a veces le pedía que me marcara mis defectos, en lugar de aceptarlos, siempre discutía, me justificaba y abogaba por mí, lo que le imponía restricciones y le provocaba mucho miedo de hablarme abiertamente, y lo hacía reacio a mencionar mis defectos otra vez, generando incomprensiones entre nosotros e impidiéndonos completar la obra de la iglesia con una única voluntad. Con los hermanos y hermanas me comporté de manera sumamente arrogante, dándome aires de superioridad, siempre suponiendo que yo era su líder ya que, al comprender mejor la verdad, estaba calificado para guiarlos. Con ellos, no demostré humildad ni búsqueda alguna de la verdad, considerándome por el contrario a mí mismo como el maestro de la verdad e insistiendo en que todos me escucharan… En ese momento me di cuenta de que mi cooperación de servicio carecía de la esencia de una cooperación o, en términos incluso más serios, me estaba comportando como un déspota o un dictador. ¡Tener esa conducta como líder y colaborador no difiere de la forma en la que el gran dragón rojo mantiene su poder! El gran dragón rojo aplica el despotismo, insistiendo en la autoridad final en todo y no está dispuesto a oír la voz de las masas o gobernar a través de principios políticos diferentes a los propios. Y yo, con el poco estatus que tengo hoy, quiero estar a cargo del limitado territorio que controlo. Si algún día tengo poder, ¿en qué me diferenciaré del gran dragón rojo? Al pensar en todo esto, de pronto sentí temor. Continuar así sería mucho más peligroso, y si no cambiaba, terminaría como el gran dragón rojo, castigado por Dios.
Después de darme cuenta de todo esto, nunca más le impuse mi opinión al hermano. Por el contrario, le agradecía a Dios por haberme ayudado a conocerme a mí mismo en esas circunstancias y por mostrarme el peligro que había en mí. Luego, al trabajar con los hermanos y hermanas, aprendí a rebajarme, a tener el corazón para atender la voluntad de Dios, ser responsable en mi trabajo y escuchar más las opiniones de los demás, y con el tiempo me di cuenta de que este tipo de práctica no sólo me brindaba una comprensión más completa y meticulosa de la verdad, sino que también me acercaba a los hermanos y hermanas, y nos permitía compartir de manera más abierta. ¡Y gracias a estas clases de frutos visibles, finalmente comprendí lo bueno que puede ser brindar un servicio conjunto según los requerimientos de Dios!
Agradezco que Dios me haya iluminado, ya que me ayudó no sólo a comprender lo que es una cooperación verdaderamente armoniosa, sino también a ver los peligros ocultos en mi propio servicio con mi compañero, y me demostró que cuando el hombre corrupto asume el poder, se obtiene el mismo resultado que consiguió el dragón rojo. Espero poder eliminar los venenos del gran dragón rojo que hay en mí, iniciar un servicio de colaboración verdadera y, por último, convertirme en servidor de Dios que sea conforme a Su corazón.
Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso
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