En mi propia mente, siempre he pensado que tengo una buena humanidad. He pensado esto porque mis vecinos con frecuencia me felicitaban enfrente de mis padres por ser sensible y mostrar interés por nuestra familia, diciendo que era la niña de los ojos de mis padres. Después de casarme, mis suegros me alababan en frente de los vecinos por ser amable y filial con ellos. En mi unidad, mi líder me alababa por ser honesta y competente. Y desde que acepté esta etapa de la obra de Dios, he sido obediente con lo que sea que la iglesia me pida que haga. Nunca contradigo al líder incluso si el líder me reprende por no hacer un buen trabajo y muchas veces ayudo a los hermanos y hermanas que están en necesidad. Como tal, creo que soy una persona razonable, compasiva y bondadosa que tiene humanidad. Nunca he pensado de mí misma en términos de las palabras en las que Dios revela que al hombre le hace falta humanidad o que el hombre tiene una humanidad más débil. Cuando comunico las palabras de Dios con los hermanos y hermanas, aunque sé que tengo que ser consciente de mi propia naturaleza, sigo manteniendo mi propia opinión, pensando en mi corazón: incluso si no soy una persona de buena humanidad, todavía tengo una humanidad relativamente buena comparada con los demás. En otras palabras, independientemente de lo que la palabra de Dios diga o lo que los hermanos y hermanas digan, no estoy dispuesta a desligarme de la idea de ser una persona de buena humanidad.
Un día, mientras comía y bebía la palabra de Dios, un pasaje llamó mi atención. Dios dice: “Algunas personas son inherentemente buenas; son capaces de practicar la verdad. La humanidad de algunos es más débil, por lo que les resulta más difícil practicar la verdad; […] ¿Diríais que quien no practica la verdad la ha buscado alguna vez? No la ha buscado en absoluto. Es su propio pensamiento el que surge: ‘De esta forma está bien, es a mi favor’. Al final, sigue actuando basándose en sus propias ideas. No busca la verdad porque algo no va bien en su corazón: está equivocado. Él no busca, no examina, no ora delante de Dios; sólo actúa tercamente según sus propios deseos. Este tipo de persona simplemente no tiene predilección por la verdad. […] Los que no tienen amor por la verdad no la buscarán en el momento ni se examinarán después. Ellos nunca analizan si, al final, el acto se llevó a cabo de la forma correcta o errónea y, por tanto, siempre transgreden principios, violan la verdad. […] Una persona que tiene corazón sólo es capaz de cometer un error una vez al emprender un curso de acción, dos veces a lo sumo; una o dos veces, no tres o cuatro, este es el sentido normal. Que pueda cometer el mismo error tres o cuatro veces demuestra que no alberga amor alguno por la verdad, ni la busca. Esta clase de persona no es, desde luego, un individuo humano” (‘Resolver la naturaleza y practicar la verdad’ en “Registros de las pláticas de cristo”). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, tuve una repentina revelación. Resulta que la humanidad buena o mala está estrechamente conectada con la implementación de la verdad. Una persona de buena humanidad buscará la verdad y la practicará en todo, y después se examinará. Siempre he considerado que tengo una buena humanidad así que, ¿soy alguien que busca y practica la verdad en todo? Recordando, yo no oraba ni buscaba la verdad en cuanto a muchas cosas con las que me encontraba. No me examinaba ni me entendía luego. Aunque había expresado mi carácter corrupto, no resolvía mis problemas buscando la verdad, sino que seguía cometiendo el mismo error reiteradamente. A veces, incluso si entendía un aspecto de la verdad, no parecía querer ponerla en práctica. Recuerdo vívidamente muchos ejemplos de esto. Una vez, recuerdo haber sentido una sensación de distanciamiento con la persona con la que estaba trabajando en equipo. Estaba consciente que esto afectaría directamente la efectividad del trabajo si el problema no se resolvía, pero por mi orgullo y vanidad, me negué a soltar mi ego y tener una comunicación abierta con ella. En cambio, hice de tripas corazones y seguí trabajando, resultando en un trabajo muy inefectivo. Cuando a veces veía a los hermanos y hermanas revelar cierto aspecto de su carácter corrupto, no trataba de comunicarme con ellos con la verdad para ayudarlos a conocerse, sino que los juzgué a sus espaldas. No me arrepentí ni traté de cambiar mi forma de ser incluso después de ser tratado unas cuantas veces, sino que persistí en mi antigua forma de ser. No luché por los mejores resultados al hacer mi deber, sino que siempre era floja y furtiva, tratando con las cosas de una manera descuidada, siempre engañando a Dios para mantener mi propia posición, fortuna y estatus. No le di mucha importancia ni tenía una conciencia culpable. No buscaba ni investigaba cuando cosas sucedían en mi trabajo sino que sólo hacía lo que quería. Incuso si traía grandes pérdidas a la iglesia, no sentía como si estuviera en deuda con Dios ni tampoco me sentía avergonzada por mis obras malas. Incluso si Dios me recordaba y exponía mi corrupción por medio del trato y la poda, seguía ignorándolo y cometía las mismas transgresiones más de tres o cuatro veces. ¿No prueban estas acciones que me falta humanidad y que no soy una amante de la verdad a los ojos de Dios? Independientemente no he buscado conocerme a mí misma basada en mi naturaleza, sino que sigo usando el laurel de la “buena humanidad” en mi cabeza. ¡Qué sinvergüenza he sido!
Ahora mismo, mi corazón está lleno de culpa y al mismo tiempo lleno de gratitud hacia Dios. No puedo evitar abrir mi corazón ante de Dios: “Dios, gracias por Tu esclarecimiento, dejándome saber que no soy una persona con una buena humanidad, ayudándome a entender que una persona con una humanidad verdadera es una que ama la verdad, es alguien que escucha a Dios y lo obedece, es alguien que está dispuesto a practicar la verdad y buscar el amor a Dios. También me doy cuenta de que mi entendimiento de mí misma no se basa en la verdad de las palabras de Dios, sino que se basa en mi propia imaginación y nociones, así como en mis opiniones mundanas. Es totalmente absurdo. Dios, de ahora en adelante, no quiero medirme de acuerdo al punto de vista de Satanás o a mi propia imaginación. Quiero conocerme basada en Tus palabras y hacer todo lo posible en la búsqueda de la verdad para que pronto pueda ser una persona con verdad y humanidad para consolar Tu corazón.”
Fuente:Relámpago Oriental
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