"Cómo conocer al Dios en la tierra" Palabra de Dios
Dios Todopoderoso dice: “Consideráis todos los hechos de Cristo desde el punto de vista del impío y juzgáis toda Su obra, Su identidad y Su esencia desde la perspectiva de los malvados. Habéis cometido un grave error y hecho lo que nunca hicieron quienes estuvieron antes que vosotros. Esto es, sólo servís al Dios elevado del cielo con una corona sobre Su cabeza y nunca atendéis al Dios que consideráis tan insignificante como para no verlo. ¿No es este vuestro pecado? ¿No es el ejemplo típico de vuestra ofensa contra el carácter de Dios? Adoráis mucho al Dios del cielo. Adoráis mucho a figuras elevadas y estimáis a los que tienen una gran elocuencia. Estáis alegremente dominados por el Dios que da abundantes riquezas, y añoráis en gran manera al Dios que puede cumplir todos los deseos. El único a quien no adoras es este Dios no elevado; tu único objeto de odio es la relación con este Dios a quien ningún hombre puede considerar altamente. La única cosa que no estás dispuesto a hacer es servir a este Dios que nunca te ha dado un solo céntimo, y el único a quien no anhelas es este Dios desagradable. Esa clase de Dios no puede permitirte ampliar tus horizontes, sentir como si hubieras encontrado un tesoro, y mucho menos cumplir lo que deseas. ¿Por qué lo sigues entonces? ¿Has pensado en esta pregunta?”.
Todos vosotros os alegráis de recibir recompensas delante de Dios y de ser reconocidos por Él. Este es el deseo de toda persona después de empezar a tener fe en Dios, porque el hombre busca con todo el corazón cosas más elevadas y nadie está dispuesto a quedarse detrás de los demás. Este es el camino del hombre. Por esta razón, muchos de vosotros intentáis siempre obtener el favor de Dios en el cielo; sin embargo, en realidad, vuestra lealtad y sinceridad hacia Dios son mucho menores que hacia vosotros mismos. ¿Por qué digo esto? Porque no reconozco en absoluto vuestra lealtad a Dios, y además niego la existencia del Dios que está en vuestros corazones. Es decir, el Dios al que adoráis, el Dios confuso al que admiráis, no existe en absoluto. Y digo esto de forma tan categórica porque estáis demasiado lejos del Dios verdadero. La lealtad que poseéis viene de la existencia de otro ídolo en vuestros corazones; en cuanto a Mí, el Dios que vuestros ojos no consideran ni grande ni pequeño, sólo me reconocéis con palabras. Cuando hablo de vuestra gran distancia con Dios, me estoy refiriendo a lo lejos que estáis del Dios verdadero, mientras el Dios confuso parece estar a mano. Cuando digo “no grande”, lo hago en referencia a que el Dios en el que tenéis fe en este día parece ser simplemente un hombre sin capacidades poderosas; un hombre que no es demasiado elevado. Y cuando digo “no pequeño”, significa que aunque este hombre no puede convocar al viento ni dominar a la lluvia, es capaz de invocar al Espíritu de Dios para hacer una obra que sacude los cielos y la tierra, desconcertando así al hombre. Exteriormente, parecéis ser todos muy obedientes a este Cristo en la tierra, pero en esencia no tenéis fe en Él ni lo amáis. Lo que quiero decir es que realmente tenéis fe en ese Dios confuso de vuestros sentimientos, y realmente amáis al Dios que anheláis día y noche, pero nunca habéis visto en persona. En cuanto a este Cristo, vuestra fe es simplemente una fracción, y vuestro amor por Él no es nada. Fe significa creencia y confianza; amor significa adoración y admiración en el corazón, que nunca parten. Sin embargo, vuestra fe en el Cristo de este día y vuestro amor a Él están lejos de esto. Cuando se trata de la fe, ¿cómo tenéis fe en Él? Cuando se trata del amor, ¿cómo es que lo amáis? No conocéis en absoluto Su carácter, mucho menos Su esencia, así que ¿cómo es que tenéis fe en Él? ¿Dónde está la realidad de vuestra fe en Él? ¿Cómo lo amáis? ¿Dónde está la realidad de vuestro amor por Él?
Muchos me han seguido sin dudarlo hasta este día, y a lo largo de estos años, habéis sufrido mucha fatiga. He comprendido totalmente el carácter y los hábitos de cada uno de vosotros. Fue absolutamente arduo relacionarme con vosotros. La pena es que aunque he obtenido mucho conocimiento sobre vosotros, no habéis tenido el más mínimo entendimiento de Mí. No es de extrañar que otros digan que un hombre os engañó en un momento de confusión, de hecho, no entendéis nada de Mi carácter, y mucho menos podéis explicar lo que hay en Mi mente. Ahora, vuestras malinterpretaciones sobre Mí son un insulto añadido al perjuicio, y vuestra fe en Mí sigue siendo una de confusión. En lugar de decir que tenéis fe en Mí, sería más adecuado decir que todos estáis tratando de obtener Mi favor y me aduláis. Vuestros motivos son muy simples —seguiré a quienquiera que pueda recompensarme, creeré en quienquiera que pueda permitirme escapar de los grandes desastres, sea Dios o cualquier Dios determinado—. Nada de esto me importa lo más mínimo. Hay muchos hombres entre vosotros, y esta situación es muy grave. Si un día se hace una prueba para ver cuántos entre vosotros tenéis fe en Cristo porque tenéis percepción de Su esencia, entonces tengo miedo de que ninguno de vosotros sea como Yo deseo. Considerad esta pregunta: el Dios en quien tenéis fe es inmensamente diferente de Mí, ¿cuál es entonces la esencia de vuestra fe en Dios? Mientras más creáis en vuestro así llamado Dios, más os desviaréis de Mí. ¿Qué hay entonces en el núcleo de este asunto? Estoy seguro de que ninguno de vosotros ha considerado nunca este asunto, pero ¿habéis considerado su gravedad? ¿Habéis pensado en las consecuencias si continuáis con esa forma de fe?
Ahora, los problemas expuestos delante de vosotros son muchos, y ninguno de vosotros es experto en aportar soluciones. De continuar así, los únicos que perderán sois vosotros. Os ayudaré a reconocer los problemas, pero os toca a vosotros encontrar las soluciones.
Aprecio mucho a quienes no albergan sospechas respecto a los demás y me gustan mucho los que aceptan de inmediato la verdad; Yo me preocupo mucho por estos dos tipos de personas, porque a Mis ojos ellos son los honestos. Si eres muy astuto, tendrás un corazón precavido y pensamientos de sospecha sobre todos los asuntos y todos los hombres. Por esta razón, tu fe en Mí se construye sobre un fundamento de desconfianza. Nunca reconoceré esa forma de fe. Sin una fe verdadera, tu amor está lejos de ser sincero. Y si hasta dudas de Dios y especulas sobre Él a tu antojo, sin duda eres el más malicioso de los hombres. Haces conjeturas acerca de si Dios puede ser como el hombre, imperdonablemente pecador, de un carácter mezquino, sin justicia ni razón, carente de sentido de la justicia, que emplea medidas de malicia, traición, y astucia, y hasta se agrada del mal y de las tinieblas, etc. ¿No es la razón por la que el hombre tiene tales pensamientos porque el hombre no tiene el más mínimo conocimiento de Dios? ¡Esa forma de fe no carece en absoluto de pecado! Además, incluso hay quienes creen que me agradan los que se congracian y adulan, y que quienes no saben nada de estas cosas serán impopulares e incapaces de mantener su lugar en la casa de Dios. ¿Es este el conocimiento que habéis recibido a lo largo de estos muchos años? ¿Es esto lo que habéis obtenido? Y vuestro conocimiento de Mí está mismamente lejos de esas malinterpretaciones; además, están vuestra blasfemia contra el Espíritu de Dios y vuestra denigración del cielo. Esta es la razón por la que digo que esa forma de fe como la vuestra sólo provocará que os apartéis más de Mí y os opongáis más a Mí. A lo largo de muchos años de obra, habéis visto muchas verdades, pero ¿sabéis lo que Mis oídos han oído? ¿Cuántos entre vosotros estáis dispuestos a aceptar la verdad? Todos creéis que estáis dispuestos a pagar el precio por la verdad, pero ¿cuántos habéis sufrido verdaderamente por ella? Todo lo que existe en vuestros corazones es iniquidad, y de ahí que creáis que cualquiera, sea quien sea, es astuto y deshonesto. Incluso creéis que Dios encarnado sería como un hombre normal: sin un corazón bondadoso o un amor benevolente. Además, creéis que un carácter noble y una naturaleza misericordiosa y benevolente existen sólo en el Dios del cielo. Y creéis que ese santo no existe, y que en la tierra sólo reinan las tinieblas y el mal, mientras que Dios es simplemente una meta gloriosa sobre la que el hombre deposita esperanza, y una figura legendaria fabricada por el hombre. En vuestros corazones, el Dios del cielo es muy recto, justo, y grande, digno de adoración y esperanza, pero este Dios en la tierra es simplemente un sustituto y un instrumento del Dios del cielo. Creéis que este Dios no puede ser equivalente al del cielo, mucho menos mencionarse en el mismo contexto que Él. Cuando se trata de la grandeza y el honor de Dios, estos pertenecen a la gloria del Dios del cielo, pero cuando se trata de la naturaleza y la corrupción del hombre, se atribuyen al de la tierra. El Dios del cielo es eternamente elevado, mientras el de la tierra es por siempre insignificante, débil e incompetente. El del cielo no es dado a la emoción, sólo a la justicia, mientras el de la tierra sólo tiene motivos egoístas y carece de cualquier ecuanimidad o razón. El del cielo no tiene la más mínima deshonestidad y es eternamente fiel, mientras el de la tierra siempre tiene un lado deshonesto. El Dios del cielo ama mucho al hombre, mientras el de la tierra cuida de este de forma inapropiada, incluso descuidándolo por completo. Habéis mantenido este conocimiento erróneo durante mucho tiempo en vuestros corazones y puede que también lo perpetuéis en el futuro. Consideráis todos los hechos de Cristo desde el punto de vista del impío y juzgáis toda Su obra, Su identidad y Su esencia desde la perspectiva de los malvados. Habéis cometido un grave error y hecho lo que nunca hicieron quienes estuvieron antes que vosotros. Esto es, sólo servís al Dios elevado del cielo con una corona sobre Su cabeza y nunca atendéis al Dios que consideráis tan insignificante como para no verlo. ¿No es este vuestro pecado? ¿No es el ejemplo típico de vuestra ofensa contra el carácter de Dios? Adoráis mucho al Dios del cielo. Adoráis mucho a figuras elevadas y estimáis a los que tienen una gran elocuencia. Estáis alegremente dominados por el Dios que da abundantes riquezas, y añoráis en gran manera al Dios que puede cumplir todos los deseos. El único a quien no adoras es este Dios no elevado; tu único objeto de odio es la relación con este Dios a quien ningún hombre puede considerar altamente. La única cosa que no estás dispuesto a hacer es servir a este Dios que nunca te ha dado un solo céntimo, y el único a quien no anhelas es este Dios desagradable. Esa clase de Dios no puede permitirte ampliar tus horizontes, sentir como si hubieras encontrado un tesoro, y mucho menos cumplir lo que deseas. ¿Por qué lo sigues entonces? ¿Has pensado en esta pregunta?
Lo que haces no sólo ofende a este Cristo, sino, lo que es más importante, ofende al Dios del cielo. ¡Creo que este no es el propósito de vuestra fe en Dios! Deseáis en gran manera que Él se deleite en vosotros, pero estáis muy lejos de Él. ¿Cuál es el asunto aquí? Sólo aceptáis Sus palabras, pero no Su tratamiento o poda, y mucho menos Su disposición completa. Además, sois incapaces de tener una fe completa en Él. ¿Cuál es, pues, el asunto aquí? Fundamentalmente, vuestra fe es un cascarón de huevo vacío que nunca da lugar a un polluelo. Y es que vuestra fe no os ha traído la verdad ni os ha obtenido vida; en su lugar os ha traído un sentido ilusorio de esperanza y apoyo. El propósito de vuestra fe en Dios es para esta esperanza y apoyo, y no la verdad y la vida. Por tanto, digo que el curso de vuestra fe en Dios no es otro que tratar de obtener Su favor a través del servilismo y la desvergüenza, y de ninguna forma puede considerarse una fe verdadera. ¿Cómo puede aparecer un resultado de una fe así? En otras palabras, ¿qué fruto puede producir esa forma de fe? El propósito de vuestra fe en Dios es cumplir vuestros motivos haciendo uso de Él. ¿No muestra este hecho vuestra ofensa contra el carácter de Dios? Creéis en la existencia de Dios en el cielo, pero negáis la suya en la tierra. Sin embargo, no apruebo vuestras opiniones. Sólo elogio a esos hombres que mantienen sus pies sobre la tierra y sirven al Dios que está en ella, y no a los que nunca reconocen al Cristo en la tierra. Independientemente de lo leales que sean esos hombres al Dios del cielo, al final no escaparán de Mi mano que castiga a los malvados. Esos hombres son los malvados; son los malvados que resisten a Dios y nunca han obedecido alegremente a Cristo. Por supuesto, su número incluye a todos aquellos que no conocen y, además, no reconocen a Cristo. Crees que puedes actuar como te plazca respecto a Cristo, siempre que seas leal al Dios del cielo. ¡Incorrecto! Tu ignorancia de Cristo es también ignorancia del Dios del cielo. No importa tu lealtad a este; solo son palabras vacías y fingimiento, porque el Dios de la tierra no es un mero intermediario para que el hombre reciba la verdad y un conocimiento más profundo, sino, más aun, en la condenación del hombre y en aprovechar seguidamente los hechos para castigar a los malvados. ¿Has entendido estos beneficios y estas consecuencias? ¿Los has experimentado? Deseo que comprendáis pronto esta verdad: para conocer a Dios, no sólo debéis conocer al Dios del cielo sino, más importante aún, al Dios en la tierra. No confundáis lo que tiene prioridad ni permitáis que lo subordinado sobrepase a lo dominante. Sólo de esta forma puedes edificar realmente una buena relación con Dios, aproximarte a Él, y acercar tu corazón a Él. Si has pertenecido a la fe durante muchos años y has tenido relación conmigo desde hace mucho, pero permaneces distante de Mí, declaro que ofendes frecuentemente el carácter de Dios, y tu final será muy difícil de imaginar. Si los muchos años de relación conmigo no han hecho de ti un hombre de humanidad y de verdad, sino que tus caminos malvados se arraigan en tu naturaleza; si no sólo eres doblemente arrogante, sino que tus malinterpretaciones sobre Mí se vuelven incluso más graves, hasta el punto de considerarme tu compañero, afirmo que tu aflicción no es superficial, sino que ha penetrado en tus huesos. ¡Lo único que puedes hacer es esperar y prepararte para tu funeral! No necesitas rogarme que sea tu Dios, porque has cometido un pecado merecedor de la muerte, un pecado imperdonable. Aunque Yo pudiera tener misericordia de ti, el Dios del cielo insistirá en tomar tu vida, porque tu ofensa contra Su carácter no es un problema ordinario, sino de naturaleza muy grave. Cuando llegue el momento, no me culpes por no haberte informado de antemano. Todo viene a ser esto: cuando te relaciones con el Cristo —el Dios en la tierra— como hombre corriente, esto es, cuando crees que este Dios no es más que un hombre, es cuando perecerás. Esta es Mi única amonestación para todos vosotros.
Recomendación: Adoración a Dios
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