En mi vida siempre he seguido la frase, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”, en la interacción social. Nunca concedo a la ligera mi confianza a los demás. Siempre he creído que en situaciones donde no conoces las verdaderas intenciones de alguien, no debes revelar tus intenciones demasiado pronto. Por lo tanto, es suficiente mantener una actitud pacífica, de esta manera te proteges y tus colegas pensarán de ti como una “buena persona”.
Incluso después de que había aceptado la obra de Dios en los últimos días, me atuve a esta máxima en mis tratos con los demás. Cuando vi que Dios pide que seamos inocentes, cándidos y honestos, sólo era cándido en pequeñas cosas que no me eran de interés personal. Casi nunca compartía esos aspectos de mi carácter que encontraba verdaderamente corruptos por miedo a que mis hermanos y hermanas me despreciaran. Cuando mi líder me señaló por hacer las cosas sin ganas en mi trabajo, estaba lleno de recelo y sospecha y pensé dentro de mí, “¿Por qué mi líder siempre me está señalando y pasando por los detalles de mi condición enfrente de todos mis hermanos y hermanas? ¿No es obvio que esto me hará perder prestigio y me avergonzará enfrente de todos? Tal vez mi líder no está tan interesado en mí así que ha decidido molestarme”. Fue especialmente doloroso e insoportable ver a los otros hermanos y hermanas ser promovidos mientras yo permanecía en la misma posición. Asumí que no estaba siendo promovido porque no valía la pena entrenarme. Mi corazón estaba lleno de malentendidos y recelos; sentí que no tenía futuro, que no tenía sentido seguir por este camino. Como siempre estaba en guardia y receloso de los demás, malentendía a Dios cada vez más y más y me sentía menos conectado con Él. Mi condición se estaba volviendo cada vez más y más anormal y finalmente perdí contacto con la obra del Espíritu Santo y caí en la oscuridad.
En las profundidades del sufrimiento, perdido y sin dirección, me encontré con este pasaje de la palabra de Dios: “Si eres muy astuto, tendrás un corazón precavido y pensamientos de sospecha sobre todos los asuntos y todos los hombres. Por esta razón, tu fe en Mí se construye sobre un fundamento de desconfianza. Nunca reconoceré esa forma de fe. Sin una fe verdadera, tu amor está lejos de ser sincero. Y si hasta dudas de Dios y especulas sobre Él a tu antojo, sin duda eres el más malicioso de los hombres” (‘Cómo conocer al Dios en la tierra’ en “La Palabra manifestada en carne”). Mientras le daba vueltas a la palabra de Dios, de repente reflexioné en mis propias acciones en la vida diaria. Con un sobresalto pensé: “No estaba viviendo con ‘un corazón precavido y pensamientos de sospecha sobre todos los asuntos y todos los hombres’?” Como tal, ¿no era un hombre astuto a los ojos de Dios? En ese momento, las palabras “hombre astuto” atravesaron mi corazón como una espada afilada, causándome un sufrimiento insoportable. Siempre había pensado que en tanto que me atuviera a la máxima, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”, sería considerado una buena persona por mis colegas, así que había vivido por esas palabras en mis tratos con las otras personas y al hacer negocios. Nunca, en todos mis años, sospeché que vivir por esta máxima me volvería un hombre astuto. Lo que quería decir que “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”, la máxima que mantuve por tanto tiempo, no se conformaba a la verdad y estaba en contradicción directa con la palabra de Dios. Me sorprendió encontrar que esta filosofía de vida que había mantenido por tanto tiempo como podía recordar, las palabras de Dios la habían derribado y negado aparentemente de la noche a la mañana. Sin embargo, estando las cosas como estaban, no tuve opción sino aceptar los hechos. Me tranquilicé, pensé un poco y reevalué esta máxima que mantuve por tanto tiempo. Con el tiempo, gracias al esclarecimiento de Dios, finalmente obtuve un nuevo entendimiento y discernimiento en la frase. En la superficie, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado” parece ser una idea bastante razonable y estar en conformidad con la noción que la mayoría de las personas tienen del bien y el mal. Superficialmente, no parece haber nada malo con la idea, porque sólo afirma que nos debemos guardar de los demás, pero no estar dispuestos a hacerles daño a los demás. Además, vivir por esta máxima nos impide caer en las trampas mientras que al mismo tiempo nos permite aprender cómo volvernos buenas personas. Sin embargo, cuando sometemos esta frase a un examen minucioso, se hace claro que este es en realidad un método particularmente siniestro por el cual Satanás corrompe a la humanidad. Esta frase secretamente nos está diciendo que no puedes confiar en cualquiera, que cualquiera puede hacerte daño, por lo que en tus tratos con los demás nunca entres con todo. De esta manera, me pongo en guardia contra ti, sospechas de mí y realmente ninguno de nosotros confía en el otro. Esto nos conduce por un camino al malentendido, la enemistad y las intrigas, que hacen que la humanidad sea cada vez más y más corrupta, traicionera, astuta y falsa. Peor aún, este axioma de Satanás hace que estemos en guardia, recelosos y desconfiados en los encuentros con nuestro amado y bondadoso Dios. Comenzamos a pensar que Dios también es traicionero, astuto y que está lleno de trucos, que Dios no está obrando para nuestro mejor interés. Como resultado, no importa cuánto nos ame Dios y sea considerado con nosotros, estamos renuentes a poner nuestra fe en Él e incluso es menos probable apreciar hasta qué punto Él va por nosotros. En cambio, cuestionamos todo lo que Él hace con un corazón traicionero y le endosamos nuestros malentendidos, recelos, deslealtad y resistencia a Él. De esta manera, Satanás logra su meta de corromper y envenenar a la humanidad y nos hace alejarnos de y traicionar a Dios. Sin embargo, me faltó discernimiento y no pude ver a través de la malvada conspiración de Satanás. Tomé su falacia por una sólida filosofía de vida que se debía respetar y mantener y por consiguiente me volví cada vez más y más astuto, inquisitivo y me puse en guardia. En vez de ponerme del lado de Dios y abordar las cosas desde un punto de vista positivo, cualquier situación con la que me encontrara, siempre usé mi propio pensamiento traicionero. Malentendí a Dios y cuestioné Su intención. Finalmente, cuando mi malinterpretación sobre Dios se hizo más y más grave, perdí contacto con la obra del Espíritu Santo y caí en la oscuridad. Como queda claro ahora, la frase, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”, no es nada más que una falacia ideada por Satanás para corromper y entrampar a la humanidad. Vivir por esta así llamada máxima guiará a las personas a ser más astutas y taimadas, y cuestionar injustamente y guardarse en contra de los demás, mientras malentienden y se apartan de Dios. Una vida guiada así sólo ganará la repugnancia de Dios y conducirá a perder el contacto con la obra del Espíritu Santo y caer en la oscuridad. Al final, los seguidores de esta máxima se volverán las víctimas de su propia traición, sus brillantes futuros extinguidos. En este punto, finalmente me di cuenta de que la frase, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”, no era una filosofía de vida legítima, sino más bien una conspiración ruin de Satanás para embaucar y atormentar a la humanidad. Esta frase fue como un veneno mortal capaz de corromper a los hombres, haciéndoles perder su humanidad y extraviarse o traicionar a Dios.
Después, vi el siguiente pasaje en la palabra de Dios: “Dios posee la esencia de la fidelidad, y por lo tanto siempre se puede confiar en Su palabra. Más aun, Sus acciones son intachables e incuestionables. Por esto es que Dios gusta de aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar vuestro corazón a Dios; nunca jugarle falso en nada; ser abierto con Él en todas las cosas, nunca esconderle la verdad; nunca hacer cosas que engañen a los de arriba y a los de abajo por igual; y nunca hacer nada simplemente por congraciarse con Dios. En pocas palabras, ser honesto es abstenerse de impurezas en vuestras acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre. […] Si tienes muchas confidencias que eres reacio a compartir y estás muy poco dispuesto a dejar al descubierto tus secretos —es decir, tus dificultades— ante los demás con el fin de buscar el camino de la luz, entonces digo que eres uno que no recibirá la salvación fácilmente y que no saldrá fácilmente de las tinieblas. Si buscar el camino de la verdad te causa placer, entonces eres uno de los que vive a menudo en la luz. Si te sientes contento de ser alguien que es un hacedor de servicio en la casa de Dios, trabajando de forma diligente y concienzudamente en la oscuridad, siempre dando y nunca quitando, entonces Yo te digo que eres un santo leal, porque no buscas ninguna recompensa y estás simplemente siendo un hombre honesto. Si estás dispuesto a ser franco, si estás dispuesto a gastarse al máximo, si eres capaz de sacrificar tu vida por Dios y ser Su testigo, si eres honesto hasta el punto en que sólo sabes satisfacer a Dios y no considerarte o tomar las cosas para ti mismo, entonces Yo digo que este tipo de persona es la que se alimenta de la luz y vivirá para siempre en el reino” (‘Tres advertencias’ en “La Palabra manifestada en carne”). Por la palabra de Dios llegué a darme cuenta, Dios ama y bendice al honesto. Sólo siendo honesto se vive en el camino correcto, en armonía con la intención de Dios. Así, sólo los honestos califican para recibir la salvación de Dios. También llegué a entender cómo actuar como una persona honesta: las personas honestas hablan con sencillez, abiertamente y sin engaño, llaman al pan, pan, y al vino, vino. Los honestos nunca les hacen trampa a los demás, no actúan superficialmente y nunca engañan o le mienten a Dios. El corazón de una persona honesta es honesto y sin traición ni perversión. Al hablar y actuar no albergan intenciones o motivos ocultos; no actúan para su propio provecho ni satisfacen su carne, sino por causa de ser una persona honesta. El corazón de la persona honesta es magnánimo, su alma es honesta, y está dispuesta a darle su corazón y vida a Dios. No pide nada a cambio, sino sólo lucha por cumplir los deseos de Dios. Sólo los que poseen estos rasgos pueden ser llamados personas honestas, personas que viven en la luz.
Una vez que hube entendido los principios asociados con ser una persona honesta, comencé a tratar de poner esos principios en práctica. En mis tratos con los demás, conscientemente traté de no ser astuto ni adivinar ni ponerme en guardia. Cuando tuve éxito, me sentí particularmente libre y liberado; parecía mucho más relajante vivir de esta manera. Cuando demostraba corrupción mientras cumplía mis deberes, proactivamente buscaba a mi hermana socia para poner al descubierto mi nuevo entendimiento de mí mismo en comunicación y la hermana hacía lo mismo. Durante este proceso, no sólo no desarrollamos prejuicios entre nosotros, sino que de hecho cada vez nos volvimos más armoniosos en nuestra coordinación. Cuando citaba la palabra de Dios al poner al descubierto mi corrupción durante las juntas, mis hermanos y hermanas no pensaban menos de mí como originalmente lo había imaginado, sino que tomaron mi relato como un ejemplo de la salvación amorosa de Dios. Cuando, al cumplir mis deberes, no trabajaba para mi propia reputación y estatus sino para cumplir los deseos de Dios, sentí al Espíritu Santo obrando en mí y otorgándome guía para que pueda ver la intención de Dios al cumplir mis deberes. Como resultado, fui muy efectivo en cumplir mis deberes. En oración, conscientemente traté de compartir mis pensamientos más íntimos con Dios y hablar desde el alma. Descubrí que cuando hacía eso, cada vez me acercaba más y más a Dios y sentí que Dios es tan precioso. Naturalmente, todos los antiguos malentendidos que tenía con Dios se disolvieron en el proceso. A través de este proceso de practicar la honestidad, experimenté cómo ser honesto permite vivir en la luz y recibir la bendición de Dios. ¡Ser una persona honesta es verdaderamente significativo y valioso!
Al experimentar los beneficios de ser una persona honesta, cada vez tuve más claro que el axioma de Satanás, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”, corrompe y atormenta a la humanidad. Si alguien mantiene este axioma, siempre vivirá en la oscuridad, la corrupción y el tormento. Sólo siendo una persona honesta podemos vivir en la luz, ser alimentados y recibir la alabanza de Dios. De ahora en adelante, prometo comenzar de nuevo y abandonar por completo este axioma de Satanás, “No se debe tener el corazón para dañar a los demás, sino que se debe estar atento para no ser dañado”. De ahora en adelante, la honestidad será el estándar por el cual viva y lucharé por deleitar a Dios con mi honestidad.
Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso
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