Testimonios Cristianos | Después de perder mi estatus…
Cada vez que veía o escuchaba de alguien que había sido reemplazado y que se sentía deprimido, débil o malhumorado y que ya no quería continuar, entonces lo menospreciaba. Pensaba que no eran nada más que personas diferentes que tenían funciones diferentes dentro de la iglesia, que no había distinción entre alto o bajo, que todos éramos creaciones de Dios y que no había nada de qué sentirse deprimido. Así que ya fuera que estuviera cuidando a los nuevos creyentes o guiando a un distrito, nunca pensé que me enfocaba mucho en mi estatus, que yo era esa clase de persona. Nunca habría pensado en un millón de años que yo mostraría tal comportamiento vergonzoso cuando yo misma fui reemplazada…
Como mi trabajo no había producido resultados por algún tiempo, mi líder me reemplazó. En ese momento, incluso pensé si mi calibre no estaba hecho para ser un líder de distrito, seguro todavía se me debía permitir hacer la obra de riego y salvaguardia. Nunca esperé que mi líder me pusiera a que me hiciera cargo de las cosas de rutina. Me sorprendí entonces, pensando que tal líder de distrito tan digno como yo, estuviera hecha el día de hoy para hacer los mandados, y que cualquiera en la iglesia que pudiera correr o que tuviera un poco de inteligencia, podría hacer este trabajo. ¿No era ponerme a mí a hacer este trabajo un obvio desperdicio de mis talentos? Pero guardé mis sentimientos para mí misma, temerosa de que mis hermanas dijeran que era desobediente, que me preocupaba por mi estatus. Pero tan pronto como llegué a casa, caí de plano sobre la cama y me sentí terrible. Los pensamientos de no tener ningún estatus de ahora en adelante y preguntarme cómo me verían mis hermanos y hermanas llenaban mi cabeza. Y para que hiciera mandados, ¿cómo podría ser capaz de tener éxito otra vez? Cuanto más pensaba en esto, más terrible me sentía.
Unos cuantos días después, vi a la hermana que había arreglado el trabajo para mí. Tan pronto como la vi, me compartió, diciendo: “Hacer este trabajo parece fácil, pero aún así debe ser hecho con devoción”, y después continuó hablando acerca de la verdad de tales aspectos como la sabiduría y la obediencia. Murmuré sin comprometerme, mientras mi corazón era como un fuego hirviente, pensando: “¿Tú estás compartiendo conmigo? ¡Cómo si no supiera nada! ¿No fui yo quien compartió contigo al principio? Ahora tú me lo estás diciendo a su vez”. Ni una sola palabra de lo que mi hermana estaba compartiendo penetró; en cambio sólo tomé a mal su verborrea. Al final dije con impaciencia, “¿Algo más? Si no, ¡entonces me marcho!” Una vez que regresé, seguí preguntándome por qué tuve tal actitud hacia mi hermana. Si su estatus siempre hubiera sido más alto que el mío o igual al mío, ¿la hubiera tratado de esta manera? No, no lo hubiera hecho. ¡Absolutamente no! ¿No era porque yo siempre la había guiado y ahora ella a su vez, estaba señalándome cosas que me dejaron poco convencido? ¿No mostraba esto que los pensamientos de estatus me dominaban? De repente me sentí terrible por mi propio comportamiento vergonzoso y las palabras de juicio de Dios vinieron a mí: “Cuanto más busques de esta forma, menos recogerás. Cuanto mayor sea el deseo de estatus en la persona, mayor será la seriedad con la que sea tratada y tendrá que experimentar mayor refinamiento. ¡Ese tipo de persona es demasiado inútil! Tiene que ser tratada y juzgada lo suficiente como para que renuncie a ello por completo. Si perseguís de esa manera hasta el final, nada recogeréis. Aquellos que no persiguen la vida no pueden ser transformados; los que no tienen sed de la verdad no pueden ganarla. No te centras en perseguir la transformación personal y entrar; siempre te enfocas en esos deseos extravagantes, y en las cosas que cohíben tu amor por Dios, y te frenan de acercarte a Él. ¿Pueden transformarte esas cosas? ¿Pueden introducirte en el reino? Si el objeto de tu búsqueda no es buscar la verdad, entonces más te valdría aprovechar esta oportunidad, regresar al mundo, y tener éxito. Perder tu tiempo de esta forma no merece realmente la pena; ¿por qué torturarte?” (‘¿Por qué no estás dispuesto a ser un contraste?’ en “La Palabra manifestada en carne”). Considerando las palabras de Dios y pensando en mí, me di cuenta de que lo que estaba buscando para nada era la verdad, ni tampoco estaba buscando agradar a Dios, sino que en su lugar era fama, ganancia y estatus. Con el estatus, mi confianza se multiplicaba cien veces; sin él, me sentía completamente desinflada, gruñona y deprimida, que no me preocupaba trabajar. Realmente me dejé llevar por mi estatus, yendo de un lado a otro preocupándome todo el día con esas cosas insignificantes y despreciables y perdiendo tanto tiempo; ¿y qué me acarreó al final? ¿El vergonzoso comportamiento que mostré hoy? Pensando en todo lo que Dios había hecho por mí, no sólo no había consolado el corazón de Dios con la confianza que Él había puesto en mí, sino que al contrario, tomé a mal el deber que Él me había dado, como si fuera muy bajo y yo no quería hacerlo. ¿Así que estaba viviendo para mi propia conciencia? Le di las gracias a Dios por Su revelación que me permitió ver la vergüenza de la búsqueda de mi propia fama, ganancia y estatus y reconocer que estaba siendo muy altiva, muy arrogante y le estaba dando demasiada importancia al estatus. Después me vino a la mente una canción de las palabras de Dios: “¡Oh Dios! Tenga o no estatus, ahora me conozco. Si mi estatus es alto, eres Tú quien me levantó; si mi estatus es bajo, es como Tú quieres que sea. Todo está en Tus manos; no depende de mí. Sólo necesito obedecer completamente bajo Tu dominio, porque todo es como Tú lo quieres […]. Úsame, soy Tu creación. Si Tú me haces perfecto, todavía soy Tu creación; si Tú no me haces perfecto, todavía te seguiré amando porque soy Tu creación” (‘Sólo soy Tu pequeña creación’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Canté esta canción una y otra vez, lágrimas saliendo de mis ojos, y llegué a orar delante de Dios: ¡Oh Dios! Por medio de Tus palabras he llegado a entender Tus intenciones. Independientemente de si mi estatus es alto o bajo, soy Tu creación y debo obedecer completamente los arreglos que Tú haces, debo hacer todo lo posible para cumplir el deber que se espera de una de Tus creaciones y no ser exigente con lo que Tú me has confiado que haga. ¡Oh Dios! Quiero obedecer Tus arreglos, estar delante de Ti trabajando como un buey y estar a Tu disposición, nunca más hacer cosas que me causen sufrimiento o que te lastimen en aras del estatus. ¡Oh Dios! Sólo quiero que Tú trates conmigo y me juzgues aún más, para capacitarme para dejar mi búsqueda de estatus, para abandonar esas cosas que limitan que me acerque a Ti y te ame y hacer todo lo posible para cumplir mi deber con toda honestidad.
De "Testimonios de experiencia del juicio de Cristo"
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