lunes, 19 de agosto de 2019

Testimonios Cristianos | Ser estricto con uno mismo para disciplinar a los demás


Trabajé estrechamente con una hermana mayor en asuntos generales. Luego de haberlo hecho durante un tiempo, descubrí que ella descuidaba su trabajo y que no aceptaba la verdad. Y, por ende, me formé una opinión respecto de ella. Gradualmente, se deterioró la relación normal que existía entre nosotras, no nos llevábamos bien y no podíamos trabajar juntas. Yo creía que era mayormente culpa de ella el hecho de que nuestra relación hubiera llegado a este punto, y entonces intenté idear todas las formas de comunicarme con ella para que pudiera conocerse a sí misma. Pero mis intentos de comunicación fueron en vano, o bien contraproducentes. Finalmente, cada uno siguió su camino, sin haber resuelto nuestros problemas. Esto me convenció aún más de que ella no era una persona que aceptaba la verdad. Después de este hecho, la iglesia dispuso que permaneciera con otra familia anfitriona. Poco tiempo después, descubrí que también existían muchos problemas con mi hermano y mi hermana de aquella familia, y nuevamente “bregué” para comunicarme con ellos, pero todos mis intentos fueron en vano, y ellos comenzaron a tener prejuicios en mi contra. Frente a estas circunstancias, me encontré muy preocupada y perpleja: ¿Por qué la gente que conozco no acepta la verdad? Hasta que un día, encontré la raíz del problema cuando me di contra una pared en el trabajo.

Un día, la líder había dispuesto que le enviara el arreglo de la obra, y yo confié en la hermana anciana para que se lo entregara. ¡Quién hubiera dicho que una semana más tarde, el paquete me llegaría de regreso, intacto! Enfrentada a esta situación, me quedé perpleja y le eché la culpa a la hermana anciana por su mal manejo del asunto, el cual había resultado en que el paquete no hubiera sido enviado a la líder. Tampoco hubo ninguna noticia de la líder a los pocos días de haber sucedido esto, y estaba comenzando a sentirme inquieta: por lo general si algo no se enviaba o se lo enviaba tarde, la líder llamaba para saber qué había sucedido. ¿Por qué no se había puesto esta vez en contacto conmigo? ¿Está intentando evitar que cumpla con mi deber? Me sentía cada vez más temerosa. Mis pensamientos estaban llenos de preocupación y pesar. No pude evitar acudir a Dios: “Dios mío, me siento tan mal y mi corazón está tan afligido. El arreglo de la obra me fue enviada intacto. No sé qué está sucediendo y no estoy segura de qué aspecto mío se perfeccionará para adecuarse a la situación. Por favor condúceme, esclaréceme y ayúdame a comprender Tu voluntad”. Justo después de la oración, una de las frases de Dios comenzó a retumbar en mi cabeza: “Siempre que haces una cosa, algo sale mal o se estrella contra una pared. Esta es la disciplina de Dios” (‘Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento’ en “La Palabra manifestada en carne”). Repentinamente me di cuenta de que los asuntos con los que me encontré durante el trabajo, la mala relación con la hermana mayor, y las opiniones del hermano y la hermana de la familia anfitriona, ¿no eran la forma de Dios de tratar conmigo a través de mis circunstancias? En silencio clamé a Dios: “Dios, sé que Tú me tratas y me disciplinas porque me amas, pero no comprendo qué aspectos de mi ser quisieras abordar al crear estas circunstancias. Oro para que Tú me conduzcas y me esclarezcas”. Más tarde, cuando estaba comiendo y bebiendo la palabra de Dios, vi estos dos pasajes, “Primero se deben resolver todas las dificultades dentro de cada uno confiando en Dios. Poner fin al carácter degenerado y ser capaz de comprender realmente las condiciones personales y saber cómo se deben hacer las cosas; seguir comunicando cualquier cosa que no se entienda. Es inaceptable que uno no se conozca a sí mismo. Primero hay que sanar la propia enfermedad, y por medio de comer y beber más Mis palabras, de contemplar Mis palabras, vivir la vida y hacer las cosas según Mis palabras; ya sea que se esté en casa o en algún otro lugar, se debe permitir que Dios tenga el control dentro cada uno” (“Declaraciones y testimonios de Cristo en el principio”). “Cuando te encuentras con cosas, debes hacer una elección, tienes que abordarlas de la forma correcta, necesitas calmarte y utilizar la verdad para resolver el problema. ¿De qué sirve que te acostumbres a entender algunas verdades? No están ahí para llenar tu vientre solamente ni para hablar simplemente de ellas y nada más, ni para resolver los problemas de otros; en su lugar, están para resolver tus propias dificultades, y sólo después de solucionar tus propios problemas podrás hacer lo propio con los de los demás” (‘Las personas confundidas no pueden ser salvas’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Las palabras de Dios fueron como un relámpago. Sí, cuando suceden las cosas primero debemos conocernos a nosotros mismos, y usar la verdad para resolver las dificultades que residen dentro de nosotros. Al mejorar nuestra condición incorrecta, resolvemos nuestros problemas, posibilitando así resolver los problemas de otras personas. Pero nunca me conocí a mí misma cuando sucedieron las cosas, y fijé mis ojos en los demás, encontrando defectos en ellos cada vez que fue posible. Cuando la coordinación no era fácil, lo atribuía a otra persona, e intentaba idear maneras de comunicarme con ellas, haciendo que aprendieran su lección y se conocieran a sí mismos. Cuando el hermano y la hermana de la familia anfitriona no querían que me comunicara con ellos, creí que se debía a que no iban tras la verdad y que no podían aceptarla. Cuando me enviaron de vuelta el arreglo de la obra, deposité la culpa y la responsabilidad en los demás. Cuando sucedió todo esto, no pude examinar qué corrupción había revelado, y qué verdades debía ingresar. Fue como si yo no tuviera corrupción alguna e hiciera todo bien. En cambio, les exigía a los demás de acuerdo a mis propias normas, y si alguien no lo lograba o se negaba a aceptar mi comunicación, entonces llegaba a la conclusión de que esa persona no debía estar buscando la verdad ni la aceptaba. Realmente era demasiado arrogante y no tenía conocimiento propio. No estaba enterado de la corrupción que yo revelaba, ni tampoco buscaba la verdad para resolver mis propios problemas, pero siempre encontraba defectos en los demás. ¿Cómo podía trabajar en armonía y llevarme bien con los demás? Fue entonces que me di cuenta: el motivo por el cual no me llevo bien con nadie no es porque ellos no buscan la verdad, o no la aceptan, sino porque yo no tengo conocimiento propio, y no enfatizo en el uso de la verdad para resolver mis propios problemas.
Después de darme cuenta de todo esto, comencé a prestar atención a lo que ingresaba en mí y a resolver mis propios problemas primero cuando sucedían las cosas. Luego, al comunicarme con mis hermanos y hermanas, hubo componentes de conocimiento propio en mi comunicación. Esto sucedió cuando descubrí que ellos habían cambiado. Que comenzaban a mostrar cierto conocimiento de su propia corrupción, y poco a poco desarrollamos una relación armoniosa. Enfrentada con los hechos, finalmente pude ver que cuando surgen los problemas, es sumamente importante llegar a conocerse a uno mismo y resolver primero nuestros propios problemas. Sólo entonces podemos vivir nuestra humanidad normal, entablar una relación armoniosa con los demás y obtener beneficio de nuestras experiencias de vida.

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