Hace un tiempo, si bien siempre encontraba algo de inspiración y provecho cuando una hermana que trabajaba conmigo compartía la iluminación que había logrado al comer y beber de la palabra de Dios, siempre tenía la sensación de que estaba presumiendo. Pensaba para mí: “Si le respondo ahora, ¿no la estaré adulando? En ese sentido, ¿no pareceré menos que ella?” Como resultado, me negaba a plantear mis propias opiniones en comunión o a hacer comentarios sobre los pensamientos que ella compartía. Una vez, la hermana, tras haber obtenido esclarecimientos a partir del comer y beber de un pasaje específico de la palabra de Dios, sintió que algo no estaba bien en nuestra condición y me preguntó si estaba dispuesta a estar en comunión con ella sobre ese pasaje. Apenas me lo preguntó, afloraron todos estos pensamientos y sentimientos de resentimiento: “Sólo quieres dar testimonio para ti misma, tener público a quién predicarle. ¿Por qué debería estar en comunión contigo?” Incluso llegué a faltar a una reunión para no tener que escucharla. Al cabo de un tiempo, comencé a sentir un gran peso en mi corazón, sabía que algo estaba mal, pero no se me ocurría ninguna buena manera de resolver mi conflicto interno. Todo lo que podía hacer era dedicarme íntegramente a mis deberes, comer y beber la palabra de Dios y cantar los himnos para distraerme de estos sentimientos negativos. Sin embargo, cuando tenía que enfrentarme con la situación actual, aparecía la misma corrupción en mi corazón, las cosas empeoraban en lugar de mejorar, y yo no tenía ni idea de qué hacer al respecto.
A los pocos días, confronté con la hermana durante la comunión. La hermana dijo: “Últimamente has estado muy callada durante la comunión, me parece que te está pasando algo”. Si bien esas palabras fueron como un puñetazo en el estómago, para no perder la cara negué que existiera algún problema. En ese momento me pareció que la hermana había sido demasiado arrogante: Parecía hablarme sin consideración alguna hacia mi propia dignidad y tuve la sensación de que me trataba despectivamente. Inmediatamente regresaron a mi mente todos los viejos pensamientos corruptos. Cuanto más peleaba, más se oscurecía mi espíritu; había perdido contacto con Dios. Con un sentimiento de total desprotección, me arrodillé ante Dios para rogarle que me iluminara en cuanto a la condición real. En el medio de la oración, me llegó la palabra de Dios: “¡Quienes ven la obra del Espíritu Santo como un juego son frívolos!” (‘Conocer las tres etapas de la obra de Dios es la senda para conocer a Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Más tarde, también encontré el siguiente pasaje: “El Espíritu Santo no sólo obra en ciertos hombres que son usados por Dios, sino que lo hace aún más en la iglesia. Él podría estar obrando en cualquiera. Ahora puede obrar en ti y después de que lo hayas experimentado, puede obrar en alguien más después. Síguela de cerca; cuanto más sigas la luz presente, más puede crecer tu vida. Sigue a aquellos en los que el Espíritu Santo obra, sin importar la clase de hombre que pueda ser. Asimila sus experiencias a través de las tuyas y vas a recibir cosas aún más elevadas. Al hacerlo así verás el crecimiento con mayor rapidez. Esta es la senda de la perfección para el hombre y una forma por la cual la vida crece. La senda a la perfección se alcanza a través de tu obediencia hacia la obra del Espíritu Santo. Tú no sabes por medio de qué clase de persona obrará Dios para perfeccionarte, ni tampoco por medio de qué persona, suceso o cosa Él te traerá beneficios y te permitirá adquirir algo de discernimiento. Si puedes caminar en este camino correcto, esto muestra que hay gran esperanza para ti para que seas perfeccionado por Dios. Si no eres capaz de hacerlo, esto muestra que tu futuro será desolado y uno de tinieblas” (‘Los verdaderamente obedientes seguramente serán ganados por Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Al leer este pasaje, comencé a darme cuenta: ¡Todo este tiempo me había estado resistiendo a la obra del Espíritu Santo! En estos días, la hermana se ha iluminado varias veces al comer y beber la palabra de Dios, lleva una carga para su deber y la vida de los demás y está feliz de apoyar y ayudar a otros; obviamente el Espíritu Santo está obrando en ella. Si bien debía obedecer la obra del Espíritu Santo y aceptar su ayuda, tildé a la hermana de presumida, pensando que sólo quería demostrar que era mucho mejor que todos. Como resultado, rechacé sus conocimientos, y me negué a estar en comunión con ella. Dios obraba a través de la hermana para mostrarme mi condición y ayudarme, y todo lo que yo hice fue proyectar resentimiento y prejuicios, y tomarla como mi enemiga. A simple vista, parece que fuera sólo un conflicto entre la hermana y yo, pero en realidad ¡me he estado enfrentando a Dios! ¿No estaba rechazando y resistiéndome a la obra del Espíritu Santo? ¡Qué astuta, desagradable, arrogante y obstinada he sido! Para guardar las apariencias y preservar mi estatus, me negué a rebajarme para recibir su ayuda ¡e incluso rechacé, evité y juzgué su comunión! ¡No demostré ni una pizca de razonamiento ni humanidad! En este punto, me di cuenta de que no había estado viviendo verdaderamente en obediencia y en el temor de Dios, no amaba la verdad y estaba ciega a la obra preciosa del Espíritu Santo en la hermana. Por el contrario, coloqué mi propio estatus personal y vanidad por sobre todo lo demás. Había preferido abandonar la obra del Espíritu Santo antes que quedar mal. ¿Qué diferencia había entre mis acciones y las de los líderes religiosos que, a fin de garantizar su fama y estatus, se resistían a Dios y lo condenaban aun sabiendo que es el camino hacia la verdad? ¿No era sólo otra persona frívola que, tal como dijo Dios, ve la obra del Espíritu Santo como un juego? Al mirar retrospectivamente, me doy cuenta de que el Espíritu Santo no sólo estaba obrando en la hermana, sino que también intentaba mejorarme a mí, abrirme los ojos y concederme algún beneficio a partir del proceso. ¿Qué hice a cambio? Fui arrogante y engreída, y negué la gracia de Dios en todo momento. ¡Cuántas oportunidades de lograr la perfección, ser iluminada y conocer las verdades en mayor profundidad desperdicié! ¡Qué tonta e idiota he sido!
En ese momento, sentí incluso más rencor y culpa por todo lo que había hecho, así que oré a Dios: “Dios, he estado ciega, he sido tonta y arrogante, y de ningún modo merezco la obra que has realizado en mí ni ser perfeccionada por Ti. Dios, agradezco Tu guía e iluminación, y que me hayas mostrado mi propia ignorancia y estupidez. Te prometo, de ahora en más, que cuando cualquiera de los hermanas y hermanos esté en comunión, siempre que lo hagan de acuerdo con la palabra o la voluntad de Dios, lo seguiré, obedeceré y aceptaré, porque ese es el camino hacia el crecimiento en mi vida y una marca de Tu bendición. No soy obediente a nadie, sino a todas las cosas positivas que provienen de Ti. Es una oportunidad de aceptar Tu perfección. Si vuelvo a desobedecerte o a revelarme contra Ti, te pido que lances Tu castigo sobre mí”.
De "Testimonios de experiencia del juicio de Cristo"
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